Diario de Mallorca

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Desde EE UU

Mallorquín en Nueva York, (parte II)

Monumento dedicado a las víctimas en la Zona Cero de Nueva York.

De los cinco días que pasé en Nueva York, llovieron cuatro. Esa molesta llovizna que propaga frío y humedad hasta los huesos -y de eso, sabemos mucho los mallorquines- me impedía ver las hermosas siluetas de los rascacielos más altos. Todo un incordio en una ciudad cuyo atractivo principal es observar el skyline. Pese a ello, no iba a quedarme encerrado en el hotel lamentando el mal tiempo que nos enviaban los dioses. Así pues, decidimos ir a dar una vuelta por el Downtown (allí donde está la bolsa de Wall Street, el nuevo One World Trade Center o donde estaban las torres gemelas).

Imagínense el escenario al llegar a la Zona Cero: todo nublado, triste, lloviendo cada vez más y nosotros con un paraguas para dos. Y como buen mallorquín, espardenyes, el zapato más higroscópico que existe en la faz de la tierra. Hecho con esparto, un tipo de material capaz de aglutinar todo el agua existente en varios metros a la redonda. Sé que no fue la elección más inteligente, pero llegado el mes de mayo automáticamente dejo de vestir otros zapatos.

Empapado hasta la médula, incubando demonios y con cara de perro mojado, decidí que necesitaba comprarme algo de ropa seca por lo que fuimos al centro comercial Century 21. Me puse a indagar algo aceptable entre tanta moda horrenda y terriblemente actual hasta que di con la camiseta perfecta: gris, con la manzana de Apple Records y la inscripción de The Beatles. No había más que ver. Ya tenía zapatos, pantalones y una camiseta fabulosa.

Para cambiar ese sombrío estado de ánimo en que te sumen los días de lluvia qué mejor que un café. Dejé las cosas en la mesa de la cafetería y me fui a cambiar al baño. Fui a los pisos de arriba, a los de abajo y a los de los lados. ¿Dónde narices está el baño? pensaba. Las empleadas se desentendían. "Abajo, abajo", me espetaban. Abajo, ¿dónde?. Maldición. Pasados quince minutos lo encontré en el sótano al lado del menaje. Por allí escondido. Cogí el pasillo que llevaba hacia el baño en cuanto empezó a sonar una alarma ensordecedora. Vamos sólo faltaban unas luces de sirena de color rojo. Me interceptó el de seguridad y empecé a buscar el ticket de compra. Seguí buscando. Y seguí. "Lo debo tener arriba. Voy a buscarlo.", dije tranquilamente. Me cogió del brazo y me respondió: "tú no te vas a ninguna parte".

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