Diego solo pensaba acoger a su hermano Víctor durante un mes. El tiempo necesario para que encontrase un nuevo alojamiento. En cambio, el huésped prolongó su estancia durante un año y las desavenencias entre ambos se multiplicaron. Algo que, presuntamente, zanjó de forma macabra. La madrugada del lunes, el profesor de religión de 38 años se entregó a la Policía y confesó que lo había matado y descuartizado.

Los allegados definían a la víctima como una persona "introvertida y reservada". "Si te cruzas con él no te saluda", se quejaron. Todo lo contrario ocurría con su hermano Diego. "Es muy buena persona", subrayaban ayer algunos vecinos. Mantenían incluso esta misma opinión después de saber que había confesado el horrible crimen de su hermano.

Durante algo más de una década, el profesor de religión de un colegio de Cas Capiscol en Palma y en Porreres había residido en el primer piso del número seis de la calle Pere Llobera. Hacía un año y medio que se separó de su mujer. Su entorno más cercano aseguraba que su carácter se empezó a agriar desde entonces. "Se quedó mucho más delgado cuando lo dejó la mujer. Se volvió más serio", resaltaron.

La pareja mantenía la custodia compartida de la hija que tenían en común. De hecho, a la pequeña era frecuente verla visitar la casa de su padre. A medida que pasaron los meses, la tensión entre Diego y Víctor fue aumentando exponencialmente.

Nadie en el vecindario acertaba ayer a fijar con exactitud la fecha en la que la víctima fue vista por última vez en la calle Pere Llobera. El domicilio se había convertido ayer en centro de peregrinación de infinidad de curiosos.

Víctor G.R. trabajaba como vigilante de seguridad de un párking situado en la calle Manacor de Palma desde hacía seis años. El pasado 13 de septiembre, a las dos y media de la tarde, debía acudir al centro de trabajo. Faltó sin previo aviso.

Al día siguiente, la empresa recibió una llamada de una persona desconocida, supuestamente su hermano Diego, que alertaba de que Víctor estaba dispuesto a dejar el empleo y que tramitaba la baja voluntaria. Desde entonces no se volvieron a tener noticias suyas.

El cadáver de Víctor permanecía supuestamente en un arcón y en un congelador del primero izquierda del número seis de la calle Pere Llobera. Diego creía poder sobrellevar que el cuerpo congelado y descuartizado de su hermano estuviera en su domicilio.

Al parecer, la siguiente visita de su hija empezó a trastocar sobremanera su comportamiento. "La niña no se puede quedar, he hecho algo malo", confesó a su exmujer el pasado domingo. Su principal temor pasaba entonces porque la pequeña descubriera los restos troceados y congelados de su tío en un arcón de la vivienda.

La breve conversación desconcertó tanto a la madre de la niña que decidió poner los hechos en conocimiento de la Policía. La vaguedad de los datos aportados no convenció lo suficiente a los agentes.

Tan solo unas horas después, sobre las cuatro de la madrugada, Diego G.R. se personó en la Oficina de Denuncias de la Jefatura Superior de Policía de Balears, en la calle Simó Ballester de Palma. Su relato era tan sumamente tétrico y espeluznante que resultaba difícilmente creíble. Un coche patrulla se personó en el primer piso del número seis de la calle Pere Llobera y se topó con el macabro hallazgo.

La llegada ayer de Diego esposado a su domicilio fue recibida con una inusitada expectación por parte del vecindario. Un tumulto se concentró en torno al inmueble de Pere Llobera.

Algunos vecinos cambiaron por completo su concepto del profesor de religión al verlo llegar custodiado por la Policía. "Tiene que estar loco. No es normal lo que ha hecho", afirmó Juan Cortés nada más verle llegar.

Otros vecinos, en cambio, mantenían un excelente concepto de Diego, pese al horrible crimen de su hermano que él mismo había confesado a la Policía. No obstante se cuestionaban por qué había decidido descuartizarlo y congelarlo. "Si había tenido algún problema con su hermano y lo había matado por accidente, tendría que haber llamado de inmediato a la Policía. No creo que lo haya hecho de forma intencionada", indicaron.

La expectación en Pere Llobera era máxima. De repente, Diego salió con la cabeza cubierta con un jersey custodiado por los agentes de Homicidios. Algunas vecinas se echaban la mano al rostro tras asimilar el terrible crimen de su hermano que él había confesado.