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Con Ciencia

Antihidrógeno

Antihidrógeno

Hace mucho tiempo que dejamos de entender el mundo que nos rodea (y esta afirmación no tiene nada que ver con la política). Si la ciencia comenzó a crecer mediante observaciones y reflexiones por parte de filósofos como Aristóteles, destinadas a describir los objetos y los acontecimientos mediante el sentido común, la llegada de la física moderna puso de manifiesto que con ese tipo de razonamiento no bastaba. Newton tuvo que construir la herramienta del cálculo infinitesimal para poder relacionar mediante ecuaciones las constantes básicas de la naturaleza pero, al menos, los resultados que se obtuvieron entonces eran coherentes con nuestra forma común de pensar. Resulta fácil comprender que los objetos se atraen en relación directa con su masa e inversa con el cuadrado de la distancia que los separa.

La mecánica cuántica acabó con el mundo ordenado de acuerdo con los parámetros de la mente humana. De pronto las paradojas eran la situación común en el universo cuántico, un entorno en el que las partículas pueden estar en dos lugares diferentes a la vez. Es una suerte que la energía y el calor —que no deja de ser una forma de energía— destruyan las propiedades cuánticas de la materia para dar paso a los fenómenos comunes. Pero en realidad la mayor fortuna es la contraria: que sea posible observar estados cuánticos, o sus consecuencias, pese a las limitaciones enormes de nuestra mente. Cuando daba clase solía usar una metáfora: si no es razonable creer que las cucarachas entienden las ecuaciones diferenciales, tampoco debe serlo que unos primates como nosotros, evolucionados con capacidades mentales que nos permiten distinguir la fruta madura de la verde en los trópicos, entendamos las partículas elementales.

Pero la aparición de esa herramienta gigantesca que es la cultura, acumulable de generación en generación, nos ha permitido a los humanos llevar a cabo hazañas soberbias. Volviendo a la estructura del universo, los colegiales aprenden que existe la antimateria —el antielectrón, el antiprotón y así— aunque no pueda verse porque una partícula y una antipartícula se destruyen al encontrarse. Así que resulta sorprendente que se haya podido obtener antihidrógeno, observar sus características y experimentar con sus condiciones. Lo hicieron ya el físico de la universidad de York (Toronto, Canadá) Champreet Amole y sus colaboradores en el año 2012. Ahora la revista Nature publica unas observaciones del espectro ultrafino de esa antimateria gracias a la obtención, en el acelerador de partículas gigantesco del CERN, de nada menos que 25.000 átomos de antihidrogeno atrapados en la máquina ALPHA-2. Un artilugio que logra mantenerlos sin que se destruyan de inmediato en contacto con el hidrógeno digamos normal.

Quizá nunca entendamos bien el universo pero comenzamos al menos a atisbarlo. Qué lástima que Aristóteles no esté ya entre nosotros para poder ayudarnos.

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