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Cine

Jaime Rosales: "Mi compromiso es con la búsqueda desesperada de la verdad y el fracaso"

"Me siento moderadamente catalán, moderadamente español y moderadamente europeo"

Jaime Rosales (Barcelona, 1970), ayer, en Palma. guillem bosch

Bar Bosch, luz, un relámpago en los ojos bajo una gorra cabizbaja. Es Jaime Rosales, que saluda con el diario As bajo el brazo. "Pero soy del Barça", aclara. Después de año y medio girando con Hermosa juventud, el cineasta recién aterrizado de Madrid concluye que la lectura que hacen de su película los veinteañeros y la generación de 40 años -o más- es diametralmente opuesta. "En los coloquios posteriores a la proyección, veo que éstos responsabilizan a los jóvenes de su situación", comenta, "mientras que el sector más juvenil experimenta indignación y se siente la víctima". El propio director se sitúa en un punto equidistante: "Ambos tienen parte de razón. Los jóvenes son víctimas de una situación, pero también responsables de sus actos", sostiene. El cineasta, que ayer en el Teatre de Manacor mantuvo un debate con los espectadores tras la proyección de su última película, ahondó durante meses en los matices de la juventud antes de ponerse detrás de la cámara. "Para mí, hacer una película es investigar". Para elaborar un retrato preciso, empleó tiempo y recursos acercándose a las plazas y parques madrileños a fin de entablar conversación con jóvenes y extraer datos e impresiones. "Al principio se pensaban que era un policía secreta", desvela entre risas. También conversó con expertos e incluso tuvo noticia de casos extremadamente complejos y dramáticos. El día a día durante el rodaje con los actores, el casting e incluso la relación con los técnicos -la mayoría jóvenes- fue el campo de pruebas que acabó de redondear el retrato, rodado siempre con esa distancia psicológica y extrañamiento que Rosales imprime a sus planos.

Desde que el cineasta filmara la cinta hace dos años y medio, la situación de una juventud con derechos jibarizados no parece haber mejorado mucho. "Dicen que las cifras no están tan mal, pero queda mucho camino por hacer; la generación entre los 20 y 23 años lo tiene bastante difícil", observa.

Llama la atención que Rosales no se basara en alguna de las biografías más duras de aquellos jóvenes que conoció durante el proceso de investigación. Pero el director tenía sus motivos. "Yo trabajo en la ficción. En este punto, recuerdo una frase del Herman Hesse ensayista: 'Echo de menos el peligro de la ficción'. Y es verdad. Es más peligrosa una ficción que basarse en un hecho real porque obliga a posicionarte, a marcar tu punto de vista", señala.

Más que cambios en el gobierno de turno, el director apunta que "en estos momentos estamos viviendo una suerte de inercia global que desde cada país cuesta mucho modificar. Llevamos unos 20 años con esa especie de inercia, ahora muy negativa para esos jóvenes, el sector de edad más desamparado", reflexiona. Sin duda, percibe cambios, sobre todo con la irrupción de los partidos emergentes, "pero creo que es difícil identificar hoy día quién está escribiendo la historia, es la sociedad líquida de Bauman o incluso gaseosa", argumenta.

Para el catalán, el papel del arte en este sentido no es tanto de vector de cambio como de documento o testimonio de una realidad. "A ello hay que añadirle su vocación de trascendencia", indica. "He hecho esta película para que en 40 años quien lo desee pueda ver cómo fue esta crisis para los jóvenes. Y es muy peculiar porque pienso que a través del arte y en este caso del cine se transmite la emoción y el estado de ánimo de esos jóvenes", sostiene.

Preguntado por el papel del arte y la cultura en la sociedad, el cineasta se muestra cuidadoso en su distinción. "El arte es una experiencia de transferencia de un individuo a otro, pero la cultura es un elemento aglutinador dentro de la sociedad y está dentro de la política y el poder, y puede ser manipulada. Yo por eso me considero más artista que intelectual o activista cultural", refiere. "El nazismo, por ejemplo tenía una cultura muy potente", apunta.

Rosales es uno de esos directores que no ostentan un estilo único y señero, sino que es mutable en función de la temática que tratan. "En cada película hay una búsqueda distinta", concede. Cuando se le menciona a Kubrick como ejemplo de cineasta sin estilo propio, asiente pero matiza. "Fue un innovador en los diferentes géneros, aunque es cierto que no se puede hablar del estilo Kubrick como del estilo Bresson, Bergman o Dardenne".

A pesar de tener casa en la isla, piensa que no podría rodar en ella. "Es difícil, aunque debería ser un reto para mí. Mallorca tiene una luz muy bonita para vivir y muy fea para filmar. Prefiero otros países, como los del norte de Europa, con una luz inhóspita para vivir pero muy bella para rodar".

Galardonado recientemente con el Premio Nacional de Cultura de Cataluña, asegura que su compromiso es con el arte, con el cine, con la propia obra. "Mi compromiso es con la búsqueda desesperada de la verdad y el fracaso, que no es más que el arte", manifiesta.

Amigo de la mesura, asegura que se siente "moderadamente catalán, moderadamente español y moderadamente europeo". "No siento una exaltación por estas identidades", agrega. El cineasta no ve el final de la confrontación entre España y Cataluña. "El hombre está abocado a ella e intento reflexionar por qué hay en nosotros ese gen egoísta. Si lo hay es porque alguna función debe cumplir. El caso es que, como decía Ortega y Gasset, nos tenemos que conllevar. Los extremos conducen a una violencia peligrosa y yo apelo a la moderación", subraya.

El director está escribiendo en estos momentos el guión de su próxima película, "que no tendrá que ver con un tema de actualidad, sino con emociones telúricas y psicológicas más clásicas". Bajo una luz de noviembre incandescente, habla del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, de directores europeos y de CineCiutat. Se despide. Regresa a la gorra cabizbaja y se entrega al rito del llonguet y el periódico.

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