Josep Vicent (Altea, 1970) estuvo dos años vinculado a la Orquestra Simfònica de Balears, como director invitado y titular. La relación se quebró con su abrupto despido el mes pasado. Compatibilizó la experiencia mallorquina con The World Orchestra, y este director “al doscientos por cien” tiene proyectos en París, Chile y Rotterdam, además de una cita con La Fura dels Baus.

—Para que se haga cargo del tipo de entrevista: “¿Por qué me saludó con un “estoy harto de las movidas políticas de esta tierra”?

—Quería asegurarme de que hablaríamos de música, que es a lo que me dedico, y de las relaciones humanas a través de ella, lo único que comento con los medios.

—También me pidió una “entrevista conciliadora”.

—Porque después de este proceso, mi balance final de la experiencia compartida con el público de Mallorca y con los músicos es muy positivo.

—¿Le gustaría ser hoy el director de la Simfònica?

—No, hoy no me gustaría. Llevé el proyecto donde quería, pero no más allá. Nunca cierro ninguna puerta y entonces me habría gustado, pero no ahora.

—¿Tanto sufrió en la Simfònica, para hablar de “calvario”?

—No voy a volver a lo mismo. Suelo decir las verdades, y me expresé así porque lo sentía.

—¿Su personalidad fuerte le costó el cargo?

—No creo. Tengo una personalidad implicada, pero desconozco los entresijos entre cortinajes. El director es un puente de comunicación y un motor de inspiración.

—Por eso mismo, no es habitual que los músicos despidan al director con una ovación.

—Sin ese aplauso estaría más dolido. Sirvió para armonizar la situación, lo recuerdo a diario como el premio suficiente a la conexión de un trabajo tremendo que dio frutos rápidos.

—¿Le desacreditaron para despedirle?

—No puedo saberlo, lo sabrá el que lo hizo. No me hagas preguntas cuya respuesta sabéis tú y toda la sociedad de Balears. No tengo que contarlo. Viví momentos de enorme euforia y tristeza, de alegría en el camino hacia el éxito, y de dolor cuando se ha roto.

—¿Sin cobrar se toca peor?

—Hay dos partes. Un músico es un profesional que da de comer a los suyos con su trabajo. Y además es una profesión ligada a la alta sensibilidad de las personas. Por tanto, a veces puedes tener más predisposición a olvidar que lo estás pasando mal en el plano laboral.

—En este mundo hay demasiada música.

—El que quiera pensar esto no conoce, no ha viajado y no ha amado. Si hay algo en el crecimiento espiritual del ser humano que le permite establecer contacto con un máximo de personas es el sonido, la música. Lo he visto en más de cuatro continentes, chinos bailando con músicas europeas, o las sonrisas de oreja a oreja de los niños en las comunidades más deprimidas de Africa.

—En el Auditòrium dicen que, a espectador muerto, espectador no repuesto.

—Es correcto. Hay que asumirlo y ser conscientes de que la clásica necesita una enorme fuerza de renovación, que la enlace con las nuevas generaciones. Hay que reinventarse, salvando la distancia entre los escenarios y el espectador. Si se abren las puertas, el público no falla nunca, ni en Mallorca ni en ningún lugar del mundo.

—¿Funcionaría una ‘Operación Triunfo’ de música clásica?

—No creo en el concepto Operación Triunfo, las cosas no son tan fáciles. La clásica exige una profunda dedicación de tiempo, no sirven los triunfitos de media hora.

—Al president de Balears y a la consellera de Cultura, ni olerlos en los conciertos.

—Yo no los he visto. Es imprescindible que los gestores culturales estén presentes para dar impulso. Ellos sabrán.

—¿Los políticos han descubierto que la cultura no da votos?

—Simplemente, no han vivido.

—¿A qué obra musical asocia su caída?

—No he tenido caída. Vine con un contrato, hicimos un trabajo excepcional, estoy contento de la relación con un público que crecía día a día, y sufrimos una gestión en contra de la actividad artística.

—Entonces, ¿a qué obra asocia su experiencia?

—Es una pregunta demasiado poco profunda.

—¿Se ha vuelto más desconfiado?

—No. A cada nuevo amor no puedes darle la culpa del anterior. Creo en el ser humano, y hay que confiar en él porque los engaños son excepcionales.

—No ha descolgado a la Simfònica de su página web.

—Tarda unos días en actualizarse, pero siempre lo pondré en mi currículum porque estoy muy orgulloso. Todavía hablo con los músicos.

—¿No estará poniendo a caer de un burro a Mallorca por todo el mundo?

—Al contrario, Mallorca es una pasada. Vivo a sesenta millas de la isla, es mi tierra y mi cultura. Viajo demasiado, he de tener clara mi identidad. La Simfònica podría ser maravillosa, tal vez yo fui naïf al creer en la palabra dada.

—Ni se imagina lo rápido que olvidamos los mallorquines.

—Y yo qué quieres que te diga, eso lo decidiréis vosotros.