La Casa Real española vive una de sus peores pesadillas. La presunta implicación de Iñaki Urdangarín en el supuesto desvío de capitales del Instituto Nóos cuando el yerno favorito del Rey Juan Carlos era su presidente, ha hecho saltar todas las alarmas en La Zarzuela. No está el horno para malos rollos. Algunos medios apuntan, incluso, a una intervención directa del monarca obligando al marido de la infanta Cristina a desplazarse de Estados Unidos a Madrid con carácter de urgencia. ¿El motivo? Mantener una reunión a puerta bien cerrada en palacio de la que nada se sabe pero de la que algunos analistas esperan consecuencias importantes a corto plazo que marquen las distancias de Urdangarín con la Casa Real a la hora de defenderse de las graves acusaciones. Según algunas fuentes, en dicha reunión el Rey le habría pedido a Urdangarín que exculpara a la infanta Cristina ante el juez y que la deje al margen de sus decisiones empresariales, alegando que su esposa nunca ocupó cargos ejecutivos en las empresas investigadas ni tomaba parte en las reuniones de los órganos de dirección. La hija del Rey figura como secretaria del Consejo de Administración de Aizoon S. L., una de las empresas investigadas por el juez y formaba parte la junta directiva del Instituto Nóos.

Un posible corta fuegos contra el incendio (cuyas primeras columnas de humo empezaron a vislumbrarse cuando los duques de Palma emprendieron nueva vida en Washington) sería que Urdangarín dejara de ser Familia Real, a la que pertenece por su matrimonio con la hija del Rey, y que bajara un escalón para pasar a ser familia del Rey. No es un simple juego de palabras. El matiz es importante, decisivo: la Familia Real incluye a los Reyes y a sus hijos y nietos, pero como hijos del Rey se consideran también a los cónyuges, es decir, a la Princesa de Asturias y a los maridos de las Infantas. De ahí que Iñaki Urdangarín forme parte de la Familia Real, al igual que Jaime de Marichalar antes del divorcio de la infanta Elena. La familia del Rey, por el contrario, la componen sus hermanos, cuñados, tíos, tías, primos, primas, sobrinos y sobrinas, así como toda la familia de segundo y tercer grado del monarca.

El Rey concedió a su hija el Ducado de Palma con carácter vitalicio mediante el Real Decreto 1502/97 “con ocasión de su matrimonio y como prueba de mi profundo afecto y cariño”. La concesión, hecha antes de la celebración del enlace, sólo ampara a la Infanta y no a su cónyuge, quien disfruta del tratamiento, por cortesía, de “duque consorte”, mientras no se quiebre el vínculo conyugal.

Un divorcio de Cristina y su marido, que dejaría a Urdangarín en la misma situación que Jaime de Marichalar (con el que el rey nunca tuvo tanta afinidad), no entra en ninguna quiniela sensata porque, a diferencia de lo que sucedió en el matrimonio de Elena, los duques de Palma han dado siempre muestras de una estabilidad a prueba de bombas. El paso atrás del ex jugador de baloncesto para pasar a ser a familia del Rey, pues, sería una decisión personal, aunque estuviera inspirada o guiada por terceros, y serviría para mitigar en parte los efectos dañinos que para la imagen de la Casa del Rey tendría verlo sentado en un banquillo de los acusados siendo aún miembro de la Familia Real.

No sería la primera vez que una casa real europea recurre a esta fórmula para evitar que el escándalo fuera a mayores y pusiera en peligro el prestigio y la popularidad de la monarquía. La retirada de Urdangarín mientras se aclara su situación significaría la pérdida de privilegios, honores y título en el caso de ser imputado. Dejaría de ser duque de Palma para volver a ser el ciudadano de a pie que un día, héroe del deporte y galán de sonrisa rompedora, enamoró a la infanta Cristina y encandiló a su padre, el Rey de España.