Más allá de la leyenda del monstruo del Lago Ness, Nessy, un submarino escocés, escudriña los mares con una óptica fabricada por la Universitat de les Illes Balears (UIB). Todo forma parte de un proyecto europeo con el que se está construyendo un robot autónomo que pueda crear mapas para descubrir y recuperar secretos hundidos, ya sea en forma de restos arqueológicos o cajas negras de aviones.

El proyecto balear tiene de límite un año. Los sistemas de navegación y las cámaras deben estar listas para superar la siguiente revisión europea. Estas semanas han estado haciendo las primeras pruebas en mar abierto (Calanova e Illetes), y pese a unas primeras complicaciones con los sistemas de sónar (se creaban interferencias que producían ecos y éste no podía actuar con eficiencia), han sido satisfactorias y se han podido tantear como funcionan las distintas partes del ingenio mecánico, según explica Gabriel Oliver, investigador principal del Grup de recerca de Sistemes, Robòtica i Visió de la UIB, que estuvo supervisando las operaciones de los científicos y técnicos de Escocia, de sus colaboradores y del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA).

"El núcleo del proyecto se está desarrollando en la Universidad Jaume I de Castellón, en la Universidad de Girona y en la nuestra", explica Oliver, pero "también colabora el Instituto de Robótica de Portugal, y varias universidades italianas", añade. Dentro del proyecto, están desarrollando –continúa el científico– "un catamarán eléctrico y autónomo" que tendría que seguir al submarino y un brazo robótico "redudante", que imitaría los movimientos de "una mano diestra", se dice en la jerga, y que podría manipular piezas delicadas.

Lo que marca la diferencia en su investigación es que su submarino es "completamente autónomo." Se le indican unas directrices en tierra y él las sigue. "Primero hace un mapa (mosaico) del terreno mediante fotografías para localizar el objeto" y luego, una vez detectado, "se le dan las nuevas coordenadas, va y lo recupera", sintetiza el doctor Volker Nannen de la UIB, que se encarga de organizar las imágenes que toma Fugu.

Fugu es la palabra japonesa para el pez globo y literalmente significa "cerdo de río". "La máquina recibe este nombre porque tiene una forma redondeada", aclara Nannen.

Las aplicaciones son inumerables. No sólo serviría para recuperar objetos sumergidos, sino también para tareas de limpieza de corrosión de plataformas, para "ajustar tuercas" o recuperar restos biológicos, aclara el investigador Stephan Wirth de la UIB. Según Nannen, la clave de "la cámara y del programa de detección de objetos" que han creado es que supone "una ventaja respecto a otros sistemas de navegación", como el sónar, ya que "no se ve afectado por el eco al operar cerca de la superficie o en cañones estrechos".

El robot submarino final, que recibe el nombre de G-500, podrá llegar, sin estar sujeto a ningún tipo de cable, a más de 500 metros e irá guiado por cuatro sistemas que le brindan distintas coordenadas para asegurar la precisión del trayecto: un sónar, el visor balear, un acelerómetro y un sensor de presión. Estos están conectados mediante varios ordenadores en red que van dentro de los cilindros herméticos del artefacto.

El sistema de la UIB ya ha sido probado en distintos submarinos (como el Nessy) y tiene un presupuesto estimado de unos 250.000 euros a distribuir en tres años. Ahora tienen que seguir acoplando las distintas partes del proyecto (submarino, visor, brazo mecánico y catamarán) y si todo va bien en octubre de 2013 estará terminado.

A pesar de la crisis y de la poca inversión en I+D, se avanza, se lamenta Nannen, que explica que la carrera tecnológica es como ir en caballo: "Tienes que ganar con el tuyo", en referencia al proyecto que desarrollan y que no está exento de complicaciones: "Es más fácil llegar a Marte que al fondo marino", según el científico.