Pródigo en respuestas, Gao Xingjian dio al público lo que ayer iba buscando: algo de la sabiduría que se le presume a un Nobel. El público se esperaba pequeño, pero el goteo de personas fue constante: se rebasó el centenar. La incredulidad se había instalado horas antes entre los propios trabajadores del Casal Solleric, que tan sólo tenían preparadas unas cuantas sillas en un recodo íntimo de la planta baja. Pero las previsiones fallaron. Felizmente. La gente se multiplicó y, lo que parecía más improbable, ´fusiló´ a preguntas al escritor de La montaña del alma, que ayer inauguró su exposición de telas y papeles tintados que pudieron contemplar la concejal de Cultura, Nanda Ramon; la ex alcaldesa Catalina Cirer; el ex alcalde y articulista de este diario, Ramón Aguiló, y el director en Balears de la CAM, Salvador Palou de Comasema.

Los preliminares del encuentro estuvieron marcados por el retraimiento del público. Nadie daba el primer paso y Xingjian salió del apuro explicando su relación con España: "Empezó cuando tenía trece o catorce años. Leí El Quijote y lo dibujé junto a Sancho. Pienso que la relación que este caballero tuvo con los molinos de viento es como el rol de los intelectuales hoy en día. Siempre estamos luchando para nada", advirtió. Un mazazo lanzado en la calma de quien trabaja la tinta y el papel de arroz. El escritor chino con nacionalidad francesa pisó por primera vez territorio español en 2002 con motivo de una exposición suya que se emplazó en el Reina Sofía. "Éste es el octavo año que viajo a España", calculó. En esta ocasión, dos días de tour por Mallorca con altos en el camino: la Fundació Pilar i Joan Miró y Es Baluard.

A Bàrbara Galmés, directora de la Oficina de Análisis y Prospección del Govern, no le cuadraba que el Nobel declarara que no se tenía por un escritor comprometido y requirió una matización. "Más que comprometernos con una ideología, lo que tenemos que hacer los intelectuales es enfrentarnos a la realidad", le respondió él, enfatizando como si le fuera la vida en ello. Y no extraña porque Xingjian conoció de primera mano a aquella intelectualidad anulada cuyo único cometido era escribir propaganda para Mao Tse-Tung.

Anoche se habló de todo, pero sobre todo de pintura, piedra angular en la vida de Xingjian, quien reconoce que se pasó a la tela para ejecutar piezas grandes y poder llegar a los museos, pues la tinta negra sobre papel de arroz tiene un tamaño máximo de 130 centímetros. Fue entonces cuando fue forjando toda una técnica que a veces le obliga a subirse a una escalera para pintar esos paisajes de sentimientos humanos que se extravían, porque uno no sabe muy bien si se trata de figuración o abstracción. Justo en esa frontera, Xingjian ve el resquicio por donde debe desarrollarse el arte contemporáneo, "un terreno inexplorado" que puedar dar lugar a un nuevo lenguaje contemporáneo, "porque la pintura no ha muerto", aseguró frente a artistas como Dolors Sampol, Eva Choung-Fux, Ángel Pascual o Nils Burwitz.

Rechazó de plano el arte conceptual, "más cerca de la lengua que de la imagen", porque "la pintura empieza donde las palabras ya no pueden expresar". E invitó en cierto modo a esa soledad tan temida en Occidente y que impregna sus cuadros. "Justo cuando estamos solos empezamos a pensar y lo mejor de todo es que lo hacemos con nuestra propia cabeza".