El Festival de Otoño presenta en el Teatro Albéniz del 6 al 9 de noviembre este espectáculo estrenado en 2000 en París y que significa "resonancia", y que basa su escenografía en el agua y la arena, pues representan, respectivamente, el origen de todas las cosas y el final, el polvo en el que todo termina.

Así lo ha explicado hoy el coreógrafo japonés, que creó en 1975 la compañía Sankai Juku (que significa "taller de la montaña y el mar") con tres bailarines.

"Organicé un seminario con 30 bailarines y bailarinas de un año; al final sólo quedaron tres y con ellos fundé la compañía; el proceso de aprendizaje de butoh es muy lento y la gente fue abandonando; además, yo no uso espejo para bailar porque esto es mucho más mental", recuerda el artista, quien, del mismo modo que el kabuki (teatro tradicional japonés) juega con los bailarines para representar papeles tanto masculinos como femeninos.

Ushio Amagatsu pertenece a la segunda generación de bailarines y coreógrafos butoh, un movimiento que surgió en la década de los sesenta de la mano de dos creadores, Kazoo Ohno (que todavía vive a sus 102 años) y Tatsumi Hijikata, quienes buscaron -de formas distintas- una forma de expresión física y mental propia de Japón.

"La danza contemporánea occidental busca la ingravidez y la explosión, pero el butoh es más contemplativo y reflexivo", matiza el coreógrafo, que se presentó en Europa en 1980, y desde entonces presenta en el Théâtre de la Ville de París sus trabajos cada dos años.

"Cuando vine a Europa percibí claramente la diferencia cultural, pero al mismo tiempo la universalidad del ser humano. Esas son las bases del 'Hibiki'", prosigue Ushio Amagatsu, quien argumenta así sus reflexiones: "cuando nace un niño, el proceso de empezar a andar es siempre el mismo; es un proceso impresionante de diálogo con la gravedad. Para mí, eso es butoh".

En este espectáculo, de una hora y media de duración y siete secuencias, Amagatsu cuenta con una partitura original de dos compositores japoneses, Yoichiro Yoshikawa y Takashi Kako, para reflejar que la vida humana es como un río que fluye, según sus palabras.