La destitución de Fernando Vázquez -ejecutada a las cuatro de la tarde del pasado martes en un céntrico restaurante de Palma- y su sustitución por Javier Olaizola, solo tiene una lectura: Robert Sarver no está dispuesto a poner un euro más en el Mallorca. Esta temporada va a pagar ocho millones para cubrir el déficit, y para la próxima está previsto otros cinco. Debe pensar que trece millones de euros ya está bien, que lo está. Se contactó con Rubi, pero el técnico se subió a la parra, exigiendo más de un año de contrato y su llegada con cuatro personas más. Se salía de presupuesto. Y se pensó que la solución podía estar en casa. Javier Olaizola se hace cargo del primer equipo y Pepe Gálvez y Alfonso se encargan del filial. Todo por el mismo precio.
Solo el paso de las jornadas dirá si el cambio de Olaizola por Vázquez ha sido acertado. Pero está claro que algo había que hacer. Cuatro victorias en diecisiete jornadas, a punto de alcanzar el ecuador del campeonato, es un triste balance para cualquier entrenador. Unos números que invitan a la destitución, como no podía ser de otra manera. La dictadura de los resultados y la presión de una afición harta de tanta frustración ha hecho reaccionar a un Maheta Molango que se resistía al cambio. La decisión que tomó el martes la debería haber puesto en práctica al final de la pasada temporada, cuando el equipo, con Vázquez en el banquillo, se salvó -o mejor le salvaron- en la última jornada del descenso a Segunda B. Era el momento de hacer tabla rasa, de volver a ilusionar con un proyecto desde cero, pero entonces pesó más el año de contrato que le quedaba al de Castrofeito. De nuevo lo delicado de la situación resultó decisivo para dar un giro radical.
Por extraño que parezca, el club sigue aplicando economía de guerra. Olaizola es el mejor ejemplo, al que seguirán más. Olvídense de fichajes en el mercado de invierno. Toca trabajar con los mimbres que hay y, una vez más, pelear por evitar el descenso. Así de triste y así de real.
