Es desesperante ver un partido del Mallorca. Parecía difícil de conseguir, pero esta plantilla ha hecho posible empeorar el juego, los resultados y las sensaciones de las últimas tres temporadas. Es echar la vista atrás y a uno se le caen las lágrimas, de nostalgia por lo que ya no disfrutamos y de impotencia porque nadie es capaz de enderezar el rumbo. Y lo que es peor, porque los aficionados del Mallorca se temen lo peor, un descenso que a cada jornada que pasa está más cerca y que cada fin de semana tiene menos candidatos: ayer, salvo sorpresa, se escapó el Huesca. La intención era analizar o al menos explicar cómo vi al Mallorca en Girona, pero es complicado cuando no hay nada. Por mucho que se discuta de si fue o no penalti de Yuste lo cierto es que el equipo no puede achacar la derrota en Montilivi al árbitro. Ni al mal estado del césped, ni a un rival violento o mejor, ni a la mala suerte, ni al viento, ni la lluvia... Ayer no hubo nada. Nada. ¡Qué poco tuvo que hacer el Girona para ganar!
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