No, el del sábado en La Romareda no es un partido más, ni una de seis finales. El transcurso de la jornada en disputa no cambia un ápice la situación anterior y el Mallorca se enfrentará al Real Zaragoza en un choque plenamente decisivo. En resumen, es la final o quién sabe si el final, al menos para lo malo. Es preciso tener una fe ciega, suponiendo que haya alguna que no lo sea por definición, para creer que el Mallorca puede ganar este partido si no encuentra la fórmula para cerrar sus posiciones defensivas, cuestión que, a la vista de lo que viene sucediendo, parece harto difícil. Sea cual sea la alineación, la defensa es un colador. Hutton, que luce en sus galopadas, no tiene quien le guarde la espalda y resulta claramente vulnerable como lo es, por otras causas, Kevin. Mejor no insistir en las carencias de los centrales que han llevado a improvisar la demarcación de Bigas, sin más conclusión que la de agradecer al mallorquín su generoso esfuerzo.

Mala papeleta la del entrenador jienense Gregorio Manzano, que no ha conseguido regenerar la confianza del equipo y respira a costa de aisladas acciones individuales de futbolistas quemados físicamente, limitados técnicamente y agobiados mentalmente. La verdad, en el momento más decisivo de la temporada no somos capaces de adivinar cómo ni con qué armas puede reaccionar este equipo obligado a un esfuerzo que no está en condiciones de asumir.