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Lletra menuda: La memoria perenne y la dignidad reconocida, por Llorenç Riera

La identidad y la memoria de quienes perdieron la vida durante la guerra civil no permanece solo en sus familiares y allegados. Está presente también en las colectividades, las villas y los pueblos en los que transcurría su devenir cotidiano.

El caso de los fusilados es el más injusto y dramático, la cicatriz nunca cerrada porque no se ha realizado terapia de recuperación de dignidad en forma de recuperación de restos y entierro consecuente. Por lo menos hasta ahora.

Al fin se ha hecho una normativa adecuada y se han comenzado a exhumar los efectos de la barbarie en Sant Joan, Porreres, Montuïri y Formentera. Quedan otras muchas. Es un trabajo minucioso y necesario que tendrá su continuidad este verano. No es hurgar en la herida mal cicatrizada. Es la curación tardía, resignada y con secuelas, de lo irreparable. Basta un mínimo de humanidad para entenderlo así o la solidaridad de quien, en buena lógica, sabe ponerse en la piel de los familiares. No puede negarse la dignidad a los muertos sin causa.

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