Dado que se impone la imposibilidad legal de celebrar, por lo menos este año, el correbou de Fornaluxcorrebou, deberemos resignarnos para permanecer en los tendidos del entretenimiento más aburrido de una Administración incapaz de lidiar con la cuestión y desplegar una buena faena. De ahí los capotes de papel en un festejo de burocracia incapaz de indultar el sentido de la fiesta ancestral.
Entendámonos, ahora mismo no se trata tanto de correbou sí, o correbou no, sino más bien del tiempo muerto innecesario que impedirá celebrar el festejo este año porque nadie logra documentar su antigüedad centenaria. ¿Y el trabajo de campo o la acreditación testimonial?
Con posturas irreconciliables entre partidarios y detractores, la Administración alarga la faena y lo confía todo a una nueva ley que no estará lista en septiembre y que impondrá garantías de buen trato al animal. Postergar la solución salomónica templa poco los ánimos. El ayuntamiento de Fornalutx sabe que la fiesta es suya y de los vecinos, pero también es consciente de que está más vigilado por su gestión del correbou que, pongamos por caso, el trabajo en materia urbanística o servicios sociales que pueda realizar. Es la presión de la desproporción para un consistorio que, ahora mismo, debe prestar más atención fuera que dentro de su término municipal. Es la lidia de la polémica ya irreversible del correbou que deteriora el sentido patrimonial que pueda tener para quedar en espectáculo reprobable para foráneos y valor tradicional o referente anual de identidad local para autóctonos.
La Administración debería dotarse de cierta sensibilidad, mirar el calendario y capear con acierto con los papeles del asunto. Las esperas siempre son tensas. Mucho más cuando afectan a una cuestión controvertida. El correbou permanece suelto en los corrales de una antigüedad real pero indocumentada.
