Antes de que el Palma Aquarium abriera sus peceras, antes de que el centro de interpretación de Cabrera llenara de peces autóctonos las cristaleras de la Colònia de Sant Jordi; antes, digo, existió un edificio a medio camino entre las Cuevas del Drach y el club náutico de Porto Cristo, que durante décadas fue el único en su especie en toda la isla. Aprovechaba el tránsito de turistas por los restaurantes y tiendas de souvenirs de la zona para 'enganchar' a los turistas y transportarlos dentro, en una especie de socavón oscuro de anguilas y peces raros y coloridos. Pero su suerte, como la de las tiendas antes mencionadas y la de la primera hamburguesería de todo el municipio, se ahogó incluso antes de la crisis. Intentó repintar sus muros (antes repletos de formas profusamente dibujadas) y aumentar su publicidad. Hoy, con los cristales rotos y quemado al sol, el acuario languidece junto a un cartel de 'se vende' al que los rayos han borrado los números de teléfono.
Manacor ha convertido con los años en un municipio de espacios abandonados: desde la discoteca Dhraa hasta el acuario, pasando por el cine Goya o el pabellón de Can Costa.