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Sa Pobla

Aquel estruendoso desfile del Fas

Sa Pobla, al igual que otros pueblos, celebraba hace años una procesión que se caracterizaba por el ruido

Imagen retrospectiva de los niños preparados para iniciar el desfile del Fas. arxiu joan llabrés

Hace años, es Fas se celebraba en buena parte de los pueblos de Mallorca. Hoy es otra de las costumbres que también se fue perdiendo con el paso del tiempo, y que desconocen las generaciones más jóvenes. En sa Pobla, los ya entrados en años, todavía recuerdan aquel desfile, cual manifestación ruidosa y de jolgorio infantil, que las tardes del miércoles y jueves Santos recorría todas las calles de la población.

Varias son las interpretaciones que se han vertido sobre el significado de la palabra Fas. En términos litúrgicos, tocar els fassos equivale a tocar el Oficio de Tinieblas. En hebreo, la palabra phase significa el tránsito del Señor, o sea la Pascua de los hebreos. Los fasos eran rezos rimados y semicantados que se hacían después del responsorio.

Del origen y significado del Fas encontramos diversas versiones. Nos inclinamos por la que se fundamenta en la antigua costumbre que se tenía en distintas regiones del sur de Francia e Italia de golpear las puertas de las casas con ramas de árboles de variadas especies, según el lugar. "Entre nosotros -dice el estudio- el golpeo se hacía con las ramas de palmera, (fasser en catalán)". En ciertos pueblos de la Europa Oriental tenían la creencia que durante los días de la Semana Santa, los diablos, las brujas y los malos espíritus andaban revueltos y rabiosos ante las muestras de devoción de los fieles y por ello hacían cuanto daño como podían. Para espantar a estos malévolos diablos, la gente hacía fuertes ruidos valiéndose de distintos objetos.

También era antigua costumbre religiosa, extendida por muchos pueblos del Mediterráneo, y que hoy todavía muchos recuerdan, que a las tres de la tarde del Jueves Santo, después de la lectura del decimoquinto salmo en el Oficio de Tinieblas, la chiquillería que estaba repartida por el interior del templo y el coro, irrumpía, provocando un fuerte estruendo haciendo los fasos, que consistía en golpear con furia sobre los bancos y paredes de los confesionarios, mientras los del coro, abrían y cerraban los asientos de madera y los sacerdotes oficiantes abrían y cerraban, con fuerza, los libros sobre el altar haciendo ruido.

Más tarde, aquel ruidoso ritual, en el que se simulaba el viento haciendo mover con las manos finas láminas de hojalata y volteando cuerdas en el aire se denominaba popularmente es terremoto. A finales del pontificado de Pío XII, últimos años de la década de los 50, se modificó la liturgia de la Semana Santa y entre otras novedades, se suprimieron los fasos para celebrar la Santa Cena en el oficio del Jueves Santo. Vistos los estragos que se producían dentro del templo con los fasos, aquellos hábitos fueron trasladados al exterior y delante de la iglesia, con ramas de palmera, pegaban sobre el polvoriento o embarrado piso de la calle.

Nuestro fas callejero

Sería a mediados del pasado siglo XX cuando se organizaría el popular fas callejero protagonizado por los niños y niñas, cuya edad estaba comprendida entre los seis y quince años. Concretamente en sa Pobla se recuerda que los miércoles y jueves Santos, después de comer, empezaba a concentrarse el mocerío en la plazoleta de la Iglesia, proveídos, niños y niñas, de sus elementos ruidosos.

A las tres en punto de la tarde, el mítico ex atleta Pere Crespí Pixedis, con su pata de palo estilo pirata y cayado en mano, una vez formado el numeroso grupo de participantes, daba la orden de salida, conducía y dirigía la numerosa tropa en el escandaloso desfile por las polvorientas calles.

Abría la comitiva el rumbo gros, un carromato de madera con bandas, tirado por un grupo de jovenzuelos, en el que se subían los niños de corta edad. Seguían al ruidoso artefacto, los más pequeños haciendo sonar sus roncadores, después los portadores de los rumbos manuales y finalmente los más mayores que pegaban al suelo con fuerza con su fas.

La apoteosis final se producía con la llegada al sagrado de la iglesia, cuando todos los niños, empapados en sudor, polvo y barro desde la cabeza los pies, formaban escuadras por escuelas, y entonaban a coro el 'Viva Cristo Rey', que acababa con un estallido de sones de roncadores, rumbos y fassos, que terminaba de golpe a una señal determinada.

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