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Estudio antropológico

¿Por qué vienen los británicos a Magaluf?

Una profesora universitaria de Liverpool se hizo pasar por turista durante cuatro veranos - Fue a rutas alcohólicas y vio juegos sexuales - Llegó a la conclusión de que sus compatriotas buscan libertad "sin consecuencias" y reafirmarse en su identidad 'british'

Un grupo de señores mayores disfrazados, en una piscina de Magaluf.

Hay antropólogos que emprenden un viaje de miles y miles de kilómetros, cogiendo aviones transoceánicos, haciendo largas travesías en barco, inestables vuelos en avioneta y trayectos fluviales en canoa para investigar culturas remotas. Una tribu perdida en el Amazonas. Un remoto poblado de esquimales. Una cultura milenaria en peligro de extinción.

La británica Hazel Andrews emprendió un camino no tan largo en lo físico, pero igualmente complejo en lo teórico en busca de entender una realidad social. Con un simple vuelo low cost, pudo viajar muy cerca para encontrarse casi como en casa. Casi con los mismos bares, la misma programación televisiva y las mismas costumbres. Su destino, Palmanova y Magaluf (Calvià), y su motivación, conocer mejor qué lleva a miles de compatriotas suyos a desplazarse cada verano hasta allí.

Ella es una antropóloga social y ejerce de profesora de Turismo, Cultura y Sociedad en la universidad John Moores de Liverpool. Visitó por primera vez la zona de Palmanova y Magaluf en 1997 a raíz de un encargo que le hizo una organización turística de Malta para conocer las políticas de Calvià, que entonces eran pioneras. Después, repitió visita en 1998, 1999 y 2009. Fue una turista más. Se sumergió en la noche de Punta Ballena. Fue a pub crawls (excursiones etílicas). Presenció juegos sexuales en bares y hoteles. Descansó en la playa. Se sentó en bares a escuchar humoristas ingleses trasnochados. Y fruto de todo aquello son investigaciones y libros como Los británicos de vacaciones: turismo chárter, identidad y consumo, donde analiza la importancia de los signos de identidad británica en el destino vacacional para que los visitantes se sientan ellos mismos.

Identidad: la omnipresente Unión Jack

"Me encontré un contexto donde te ofrecían bebida y comida británica. Incluso en algunos lugares, se usan las medidas imperiales de Gran Bretaña. Banderas de la Unión Jack, así como de Escocia, Gales e Inglaterra. Muchos, muchos trabajadores británicos trabajando para los turistas, en hoteles, tiendas, 'nightclubs'...", explica Andrews, en declaraciones a este diario. "En algunos casos, me horrorizó lo que me encontré. Por ejemplo, estar sentada en un café escuchando a un cómico británico contando bromas sobre los discapacitados o sobre las mujeres. Eran desagradables. Y lo peor es que la gente reía", recuerda.

Ella cuenta que le llamó la atención que los turistas quisiesen ver en sus vacaciones repeticiones de programas británicos de televisión. Unas reflexiones que conducen a la siguiente pregunta: ¿qué sentido tiene para los británicos irse de vacaciones a un sitio muy parecido a Gran Bretaña, con su misma comida, tipo de bares? ¿Para eso vale la pena coger un avión y pagar un hotel? "Por supuesto que la gente puede hacer lo mismo en el Reino Unido. La principal diferencia es el clima. De todas formas, he llegado a la conclusión de que los turistas, con algunas excepciones, viajan esperando encontrar libertad, un tiempo para ser ellos mismos", argumenta Andrews. Eso, dice, es lo que les ofrece Magaluf. Un paréntesis en el que todo es posible, o al menos ellos lo creen así. Un tiempo "sin consecuencias", recalca la profesora universitaria. "Hay un sentimiento real de que se pueden expresar ellos mismos y las ideas de quiénes son, de una manera mucho más libre en un escenario que apela a un concepto de lo británico", agrega.

De hecho, durante su investigación de campo, se encontró con turistas que le decían cosas como ésta: "Yo me siento más en casa aquí [en sus vacaciones en Calvià] que en el Reino Unido". Incluso habló con familias británicas -nada hooligans- que le decían que ellos querían irse de vacaciones a un lugar donde sabían que les iban a ofrecer un típico desayuno británico, con sus beans (judías) y sus huevos. Y que no querían veranear en otros países que ellos consideraban "subdesarrollados".

Juegos sexuales. Regla uno: los hombres tienen que usar el baño de mujeres

Durante su estancia en Palmanova y Magaluf, Andrews tuvo oportunidad de asistir a pub crawls, que ahora están restringidos por una ordenanza. Una actividad en la que los juegos sexuales eran habituales. "Había reglas. Las mujeres estaban obligadas a usar los baños de los hombres y los hombres tenían que usar los de mujeres. Los turistas tenían que pedir permiso al representante del touroperador para usar el baño. Todos los hombres tenían que ser llamados Fred y todas las mujeres, Wilma. Si se rompían esas reglas, había 'castigos', que generalmente consistían en tener que beber más", cuenta Andrews, que prosigue: "Había un énfasis en la idea de exponer sexualmente a las mujeres con los hombres. Los juegos animaban a las mujeres a exponer sus pechos en público. Al mismo tiempo, era posible comprar postales con imágenes de genitales femeninos". Los juegos basados en el sexo no se hacían sólo en las excursiones etílicas. También eran parte del entretenimiento del hotel. "Hay que decir que no todos estos juegos eran organizados para británicos. Yo me encontré con jóvenes turistas escandinavos que se comportaban de una forma similar a los británicos", detalla.

Indiosincrasia: la mala fama del turista británico

Cuando se le pregunta a esta antropóloga qué opina de la mala fama que tienen algunos de sus compatriotas como visitantes y si piensa que son malos turistas, ella responde: "Pienso que eso depende de lo que tú quieras decir con 'mal' comportamiento o 'malos' turistas y de la perspectiva desde la que estés reflexionando. Desde el punto de vista del negocio, ellos son buenos turistas desde el momento en que gastan dinero. Y gran parte de la actividad estaba consagrada a que se gastasen dinero".

Además, recuerda que no todos los turistas que visitan Magaluf o Palmanova buscan las actividades que salen en los medios y subraya que algunos de ellos, incluso jóvenes, "desaprueban lo que se encuentran". Subraya que "muchos turistas" disfrutan de tours por la isla, de ir de compras, de tomarse un café en sitios bonitos. "Por supuesto que nosotros podemos hacer juicios morales [...] pero, al mismo tiempo, necesitamos situar lo que está pasando en el contexto de unas vacaciones en las que la gente no está realmente interesada en conocer otras culturas, sino que quiere tener un sentimiento de libertad y anonimato", apunta.

Futuro: ¿tiene remedio Magaluf?

El verano pasado, la difusión de un vídeo de una felación colectiva en un bar generó un terremoto turístico y provocó una gran reacción institucional para cambiar la imagen del destino. Andrews recuerda que, en sus primeros viajes, ya le hablaban del deseo de "conseguir un turismo de más calidad". Pero cree que, si Magaluf quiere reposicionarse en el mercado vacacional, es necesario que "se haga mucho más que prohibir beber en la calle de noche".

"El consumo de alcohol es un síntoma de la atmosfera subyacente que está por todo. Por ejemplo, en cómo las mujeres son tratadas, en la apelación a la masculinidad británica basada en la historia militar... Son estos temas en los que deberían centrarse si hay un deseo de cambio. Cuanto más intenten contrarrestar este comportamiento, los turistas pueden resistirse más desde el momento en que, para ellos, las vacaciones se centran en la idea de ser libres y de 'hago lo que quiero", opina.

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