No hay medallas, solo honor, gloria y el hecho de sentirse un verdadero animal campestre. Esas fueron de nuevo las premisas del ´combate´ macianer. Las de un pueblo capaz de cambiar la siesta (empezaba a las 16 horas) por la solana, el sudor y la tierra sin arar.

Las de Son Macià son fiestas rituales, de tradiciones ancestrales tamizadas por la ironía. Peculiaridades que de nuevo quedaron plasmadas en el completo y conocido festival animado que viene a llamarse Festa Pagesa. Un canto a la ruralidad, no solo como mecanismo para la subsistencia pasada y presente, sino como un catalizador hacia la regeneración.

Y es que no hacen falta grandes artificios para entretener a un personal ya entregado a la causa desde el principio, que aguantó con entereza bajo las sobras de telas y una gran higuera. 200 espectadores que presenciaron lo mejor en destreza y equilibrio: desde el tiro con honda a un objetivo humano tan solo cubierto por unas cuantas ramas, hasta cómo pasarse huevos uno a otros sin que haya más daño que el de la ropa sucia; pasando por los juegos tradicionales por parejas, perros portadores o el típico concurso de comer sandía a carrillo lleno. Es decir, alpargatas, camisa desabrochada y sombreros de paja, regados con un refresco o una cervecita helada.

Más tarde, a partir de la diez de la noche fue el turno del Jazz and Tapes, con las actuaciones en directo de los grupos Yellow Moon y los Peligrosos Gentlemen. Hoy toca festival de cortometrajes.