Aunque supuestamente pareciera que la demolición iba a ser fácil y temporalmente razonable, no ha terminado de ser así. Cierto es que solo bastaron unos meses para que la obra que costó 1,1 millones quedara reducida a escombros. Tan cierto como que después los trámites se han ido alargando. Primero el Ayuntamiento dejó sendo miradores a ambos lados de lo que fuera la obra. Pero los vecinos volvieron a reclamar que atentaban contra su intimidad, al ser transitables hasta al lado de sus ventanas. También se demolieron. Después vino el tema de las zapatas, las bases de hormigón que sustentaban el puente y que en un principio el consistorio pensó conservar. El TSJB obligó a que ambas cosas desaparecieran del paisaje.