"Creo que había una feria en sa Feixina y allí estaba Nadal que promocionaba la nueva urbanización. Los precios de las parcelas era irrisorios". Así recuerda Sebastià Ballester su primer contacto con Palmanyola, que a finales de la décasa 1960 era una urbanización a medio hacer que prometía tranquilidad, naturaleza y hasta un campo de golf.

A mediados de esa década, el empresario Pere Nadal Salas había adquirido parte de los terrenos de la possessió de sa Font Seca y a través de su empresa Nadal Salas Sociedad Anónima (NASA) inició, en 1968, la urbanización. "Al principio venía a hacer paellas los fines de semana bajo un algarrobo", recuerda Enrique Molina, otro de los pioneros de Palmanyola, cuya principal preocupación entonces era que "cuando construyan el campo de golf, las pelotas nos van a romper los cristales de la nueva casa", explica ahora entre risas, porque la promesa del golf desapareció del proyecto de urbanización casi por arte de magia.

El mismo 1968 la promotora firmó un convenio con la Asociación de Prensa de Palma que también convirtió a un grupo de 39 periodistas y sus familias en pioneros de Palmanyola, entonces llamada sa Font Seca. Los "chalés de los periodistas" forman parte de los mitos iniciáticos de la urbanización, junto a un hotel hoy reconvertido en casa de cultura y a la construcción de la iglesia parroquial.

Con una gran campaña publicitaria se inició la venta de los primeros solares y mediante un concurso en la prensa se eligió el nombre de la nueva urbanización: Palmanyola, híbrido de Palma y Bunyola.

Cuando Antonio Arrom llegó en 1973, Palmanyola ya había crecido y con el crecimiento llegaron también los problemas: calles sin asfaltar y ausencia de alumbrado público y de cualquier otro servicio básico, pero la pesadilla de los primeros habitantes fue, sin duda, la falta de agua potable.

Con una urbanización aún sin recepcionar, "no sabíamos a quién acudir y constituimos la primera asociación de vecinos", explica Arrom. La solución llegó tiempo después con la conexión a s´Estremera para la cual cada vecino desembolsó 4.800 pesetas. Mucho dinero en aquellos años, aunque más pedían para instalar un teléfono: 300.000 pesetas.

Palmanyola crecía igual que lo hacían sus problemas. Sebastià Ballester recuerda que "instalaron las primeras farolas públicas, pero no había mantenimiento. Mejor dicho, el mantenimiento lo hacíamos los vecinos. Yo cambiaba las bombillas de la farola de delante de mi casa".

Después llegaría la legalización y en 1985 se constituyó la Entidad Local Menor, única institución de estas características que existe en Balears.

Hoy Palmanyola se reivindica como "un pueblo con todos los servicios y con los mismos problemas que cualquier otro". Antonio Arrom lo explica así: "Esto no es Palma, pero tampoco es Son Vida. Valoramos la tranquilidad, la naturaleza... Cuando estás aquí el estrés desaparece".

Tal vez, pasados más de cuarenta años, la gran pregunta siga siendo ¿Y las relaciones con Bunyola, cómo están? La respuesta de estos pioneros de la primera urbanización del municipio es que "la tirantez entre Bunyola y Palmanyola no existe, lo que pasa es que a veces ha habido incomprensión mutua".

Los pioneros de Palmanyola se reunirán el próximo sábado para recordar los inicios de su vida en la urbanización. El ´Primer encuentro de veteranos de Palmanyola´ ya cuenta con más de 160 inscritos.