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Pagar a una máquina

Pagar a una máquina

pPoco a poco, las máquinas van usurpando nuestro lugar. Primero en los trabajos más básicos y más repetitivos. Aquellos que podemos delegar más fácilmente. Ya que los consideramos repetitivos y mecánicos. Sin alma ni imaginación.

Pero las máquinas avanzan en su progreso imparable. Ayudadas no solo por la tecnología. Sino sobre todo por el ávido leviatán de la reducción de costos. Y un día, sin esperarlo, te encuentras pagando el café a una máquina.

Hay pagos y pagos. Los hay francamente intrascendentes. Como el abono del párking o la retirada del dinero del banco.

Pero el café... El acto conclusivo del bar o del café resulta a la postre tan importante como el consumo propio.

El acto de pagar en un café tiene algo de despedida y también de celebración del encuentro. Es el instante de un comentario sobre el tiempo, de una broma, de un hasta luego. Y por supuesto es el momento de la propina.

¿Quién le dará una propina a una máquina? Es casi un contrasentido.

Pagar a una máquina es un acto sin alma. Mecánico, calculador y frío. Es el coste por el coste. Sin suplemento humano.

¡Qué triste un futuro en el que todas las consumiciones se paguen a máquinas!

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