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Palma a Palma

Soliloquios

Soliloquios

Pocas cosas están tan mal vistas como hablar solo. Cuando la gente se cruza por la calle con alguien que está inmerso en un soliloquio, hacen una mueca de burla. Sólo los locos y los trastornados hablan solos, dicen.

¿Pero y si no fuera así?

Quien más quien menos discute consigo mismo en ciertas situaciones. Por ejemplo, cuando no encuentras las malditas gafas. "¿Pero dónde las has dejado?", te repites a ti mismo. Y no digamos cuando conduces. Aunque viajes sin compañía, no paras de comentarte lo que ocurre: "¿Qué hace este ahora? ¿Dónde vas?"

En momento difíciles, de tu interior surge también la pulsión de dar vueltas y hablar solo. Como si para aclararte las ideas tuvieras que discutirlas. Y si no tienes a nadie para hacerlo, lo haces en soledad.

Los soliloquios obedecen a muchas razones. Hay quien está dominado por sus fuerzas interiores. Y no puede dejar de escuchar las voces de los personajes imaginarios que habitan su mente. En las grandes ciudades, la terrible soledad de muchas personas las impulsa al soliloquio. Son esos ancianos que, totalmente obnubilados por su discurso interior, repiten frases y discursos sin hacer caso al mundo exterior. Como si lo estrictamente real fuera esa conversación imaginaria.

Al final, uno piensa que hablar solo no es tan disparatado. Al fin y al cabo, la psicología más avanzada reconoce la existencia de personalidades parciales, de diferentes yoes que cohabitan en nuestra aparente personalidad única. A veces se ignoran, otras se llevan bien, pero también pueden pelearse y odiarse a muerte. Pequeñas esquizofrenias cotidianas que cuando son nuestras les restamos importancia.

Pero cuando las vemos en los demás, las tildamos de locura.

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