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Palma a Palma

Haciendo cola

Haciendo cola

Nos pasamos una parte importante de la vida en las colas. Es como un tiempo adicional con el que no contamos, pero que tiene su incidencia. La cola de la panadería, de la carnicería, del supermercado, de Hacienda, de la Seguridad Social, de las entradas del concierto, de la tienda de ropa...

Una vez leí que la garrapata es capaz de suspender su sentido del tiempo mientras espera, agarrada a una planta, a que pase una víctima. Y sólo cuando cae sobre ella deja esa especie de hibernación para recuperar la secuencia temporal. Pues bien, con las colas pasa un poco lo mismo. Uno lleva su vida, con sus acontecimientos y sus sucesos consecutivos, hasta que llega a una cola. Allí todo se detiene. Queda en suspenso. Es una especie de no-tiempo forzoso. Un extraño intervalo durante el cual los minutos son largos e interminables.

Las colas de antes eran mucho peores, todo hay que decirlo. Al ser totalmente físicas, siempre te topabas con el listo de turno que llegaba y se colocaba el primero. "Es sólo un momento" decía, y luego se pasaba un buen rato. Era el personaje más odiado. A veces escarnecido públicamente por el resto de la gente. Que lo odiaba intensamente. La cola sacaba lo peor de cada uno. Tanto del listillo como de sus burlados.

Porque la cola genera su propia atmósfera psíquica. Cuando te colocas en tu sitio, automáticamente estudias a tus rivales. Ese señor que tiene pinta de estar mucho rato cuando le llegue el turno, esa señora que atisba el menor resquicio para pasar, ese anciano paciente que parece sumergirse en un letargo mientras pasan y pasan los minutos. Es como una extraña familia que dura unos minutos.

Se adivinan simpatías y antipatías con sólo una mirada. Competencias y rivalidades. Cruces de sensaciones que duran sólo lo que dura la cola, porque después cada uno sigue su camino y todo se olvida. Los modernos sistemas de pantalla han acabado con la metafísica de la cola. Ahora basta con sacar un ticket y sentarse. Ya no se sabe quién va primero y quién después. La espera sigue siendo aburrida y letargiosa, pero todo el mundo la combate mirando el móvil.

La cola ha perdido, en su versión contemporánea, una pizca de su razón de ser.

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