Diario de Mallorca

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Crónica de Antaño

Un informador de Napoleón en Palma

Mujeres de Baleares, en el libro de Grasset.

Como se ha leído y oído muchas veces, en algunos pasajes de su libro Un invierno en Mallorca, George Sand, fruto de su estancia en la isla durante los años 1838 y 1839, criticó a la sociedad mallorquina. Lo que no se conoce tanto es que más de treinta años antes de la visita de la escritora francesa, un comisario del Imperio francés, André Grasset de Saint-Sauveur, había publicado en París Voyage dans les iles Baléares, encyclopédie des voyages (1807), una interesante obra en la que el francés no disimuló su perplejidad ante una sociedad anquilosada en el tiempo. Hay momentos durante la lectura de esta obra que uno comprueba el desdén con que Grasset trata a los mallorquines, pero también, en ocasiones, el diplomático galo transforma sus críticas en una cierta compasión y paternalismo.

André Grasset de Saint-Sauveur nació en Montreal (Canadá), hacia 1758, aunque su familia „noble y dedicada a la diplomacia„ era oriunda de Montpeller (Francia). Siguió la tradición familiar motivo por el cual fue destinado primero a Venecia, donde vivió veinte años ejerciendo sus cargos, primero como funcionario de la Cancillería de Francia y después como cónsul general. Durante aquellos años aprendió el arte de la política, de la guerra, de las relaciones comerciales e internacionales... En 1800 fue destinado a las Baleares en calidad de cónsul del emperador y "comisario de relaciones comerciales de Francia". Según Agustí J. Aguiló, traductor y estudioso de su obra, Grasset residió en las Baleares hasta el inicio de la Guerra de la Independencia en 1808. Hungría y las ciudades alemanas de Lübeck y Kiel fueron los lugares en los que vivió posteriormente a su estancia balear para, finalmente, morir en París hacia 1814.

Cuando en 1807 Grasset publicó en la capital francesa su Voyage fue todo un éxito, pues no tardó en ser traducida del francés al inglés, alemán (1808), y unos años más tarde al italiano (1825). En cambio, curiosamente, no fue traducida al castellano hasta 1952 y se tuvo que esperar al 2002 para poder obtener la traducción catalana.

Del Voyage ("Viaje a las Islas Baleares") de Grasset destacaron dos aspectos: la metodología y la visión de un hombre de la Ilustración; al mismo tiempo que ese mismo carácter racional sirvió para elaborar un utilísimo informe sobre la situación militar y estratégica de las Baleares, informe que tendría como destinatario al propio gobierno napoleónico.

Grasset empezaba su obra analizando la historia del antiguo reino de Mallorca a partir de sus cronistas, a los que maltrató injustamente, pues juzgaba a estos escritores de tiempos pasados con criterios propios de la Ilustración.

Leyó a Joan Baptista Binimelis al que acusó de poseer una escritura de "estilo bárbaro" con el que reconocía que "he perdido mucho tiempo con esta penosa lectura". A Joan Dameto le criticó por sus "pasajes exagerados y absurdos", aunque le reconoció estar a la altura de cronistas de otros reinos. Alabó el trabajo de Vicens Mut, aunque consideró una lástima el hecho de usar la "inserción de largas reflexiones, [pues] fatigan al lector y a menudo le hacen perder el hilo". A Jeroni Alemany lo acusó de ser excesivamente localista y, finalmente, del estilo de redacción de las Glorias de Mallorca de Bonaventura Serra, dejó escrito que "descorazonan al lector más paciente".

En cuanto a los lugares más singulares de Palma, Grasset solía hablar con cierto desdén, especialmente de aquellos monumentos "de estilo gótico" al que los ilustrados detestaban por haberse erigido en "tiempos de tinieblas". Del Born dejó escrito que "diga lo que diga el historiador Dameto, que compara la plaza del Born con las más bellas de las capitales europeas, en realidad ésta no es más que una pequeña extensión de terreno de forma irregular, no pavimentada, y rodeada de casas con aspecto de lo más triste". Según el francés, allí se reunían los forasteros y de todos aquellos que tienen la desgracia de no saber en qué ocupar su tiempo. Y para rematar este espacio acaba sentenciando que "durante el verano uno se asa con el ardor del sol y se siente sofocado por el polvo, mientras que durante el invierno el paseo se convierte en un lodazal".

También recorrió los caminos del interior de la isla a los que encontró "en un estado muy deficiente y sin ningún tipo de conservación. Este desinterés supone un perjuicio sensible para el progreso de la agricultura y la actividad comercial". En el caso de Palma, se percató de la problemática que suponía la existencia de las zonas húmedas del Prat de Sant Jordi: "encontramos una especie de prados o tierras fangosas, abandonadas e incultas". Hizo una dura crítica a las ineficientes técnicas agrícolas empleadas por los payeses, crítica que se extendía a la sociedad mallorquina en general: "Si el retraso en el progreso de la agricultura es consecuencia inevitable de una población demasiado limitada, no me parece una cosa menos calamitosa la manera como está distribuida y ocupada esta población [...]. A este enjambre de monjes, religiosos y capellanes repartidos por la ciudad y el campo, aún hay que añadir un número de jóvenes robustos que pueblan los seminarios y los claustros: unos aspiran a un beneficio que les dé los medios para vivir ociosos; los otros se toman su dejadez, su aversión por el trabajo, como una inspiración divina". También criticó el deficiente reparto de la propiedad, organizada en grandes porciones, cuyos despreocupados propietarios, descargaban toda la responsabilidad de las possessions en sus administradores, a los que les movía, según Grasset, únicamente sus intereses personales lo que que abocaba a un proceso de pauperización de los cultivos y los bosques.

En cuanto al carácter mallorquín, Grasset, observó "una gran ambición y un excesivo amor propio". Según el diplomático francés ello era debido a la insularidad: "La opinión particular que los mallorquines tienen de ellos mismos es el resultado de la falta de instrucción y de la falta de comparación con la gente de fuera, de la que tan solo ven raramente algunos viajeros. Tanto un mallorquín como cualquier otro isleño cree que no hay nada en el mundo que se pueda comparar con su país".

Otro asunto que impactó negativamente a Grasset fue la cuestión de los chuetas. Lo descubrió paseando por el claustro de Santo Domingo, cuando se percató de "las pinturas que recuerdan la barbarie ejercida antiguamente contra los judíos". Luego le explicaron las penosas situaciones que todavía tenían que soportar los descendientes de esos conversos. Esta situación le dejó perplejo, y empeoró su opinión sobre la sociedad mallorquina.

(Continuará)

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