Amedida que el tiempo pasa, tu relación con la ciudad también va cambiando. Y llega el momento en el que incluso conservas el recuerdo de gente que ha pasado al callejero por méritos propios. Para ellos, supone una especie de consuelo post mortem el verse inmortalizados en placas, cartas y callejeros. Pero para ti, que los has conocido en vida, resulta extremadamente raro. Pienso en nombres como Juan Bonet, Mascaró Passarius, Miquel Dolç, Andrés Ferret....
Las calles conservan efectivamente el recuerdo de muchas personas. Pero es un recuerdo esquivo, cosificador, incompleto. ¿Quién sabe por ejemplo quién fue Bartomeu Pou? Y en cambio, casi todo el mundo conoce dónde está su calle.
Que el nombre sea común no significa nada. Porque en el mapa ciudadano, la denominación de la calle acaba por comerse el recuerdo. La persona se evapora en medio de un alud de remitentes en las cartas oficiales o la publicidad de tiendas. Como si nunca hubiera existido.
Es así como te parece muy extraño la convivencia en el callejero de esa gente conocida con personajes del pasado, reyes o conquistadores. Formando una singular tropa de denominaciones, un ejército fantasma de inmortales callejeriles, sin demasiado orden ni concierto. Agrupados a veces de forma peregrina. Y en otras ocasiones, directamente enfrentados. ¿Por qué tenemos tan separados en el espacio a los reyes de la Casa de Mallorca? En cambio, en Amanecer un buen grupo de escritores comparten las esquinas, dejando a un lado sus diferencias.
¿Resulta efectivamente una recompensa que se conserve el recuerdo de alguien en una calle? ¿Estarían contentos sus denominadores si pudiesen contemplar en qué se ha convertido su legado? ¿No habría que complementar ese homenaje con una breve explicación sobre el personaje celebrado?
Es la lucha del hombre por perpetuarse después de la muerte. El esfuerzo por retener una memoria colectiva que se escapa como el agua entre las manos.
