Diario de Mallorca

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SA TORRETA

La palma antigua desde las alturas

Un plano picado de los tejados de Palma.

Me he quedado sin aliento en las escaleras de acceso al campanario-alminar de la mezquita-catedral de Córdoba para contemplar la ciudad califal a vista de pájaro. He ascendido las 34 rampas de la Giralda de Sevilla para tener a mis pies Triana, el Arenal o el Guadalquivir. Me he agotado en los 270 escalones que salvan los 80 metros de la cúpula de la catedral de Berlín para observar la diluida línea del muro y la ciudad emergente. He tomado un cómodo ascensor para subir a la torre Eiffel y contemplar la ciudad de la luz bajo un cielo plomizo. He maldecido con mi 46 de calzado los estrechos peldaños de la pirámide del Sol de Chichen Itza... Sin embargo, solo en una ocasión he subido a las terrazas superiores de la Seu mallorquina para admirar la fusión del azul del mar con el ocre de la ciudad antigua de Palma.

Existe una alternativa más cómoda para contemplar la urbe antigua en un plano picado. La cafetería de El Corte Inglés de Jaume III abarca un panorama que va desde la iglesia de Sant Nicolau hasta la de Santa Creu. En el centro aparece imponente la catedral mallorquina, cuya fachada sobresale por encima de la Almudaina. Un paso más allá se extiende el mar infinito que a las siete de la tarde surcan los cruceros que unas horas antes han evacuado a miles de turistas. En primer plano está la iglesia de Sant Gaietà, que interrumpe la pincelada verde de los plátanos del Born.

Desde la quinta planta del gran almacén se tiene algo más que una nueva perspectiva de los monumentos palmesanos más conocidos. Desde allí se puede estudiar el diseño del más perfecto de los urbanistas: el tiempo. La ciudad ha sido moldeada a medida del hombre. Curva, como el hombre. Imperfecta, como el hombre. Con altibajos. Con partes renovadas y otras casi caducas. Con arrugas, como el hombre.

La Palma antigua puede ser habitada sin ser vista. O puede ser observada a ras del suelo, mirando el asfaltado o levantando ligeramente la cabeza, pero la única opción sencilla de volar sobre sus tejados está en la añeja cafetería de El Corte Inglés.

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