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Sa Torreta

Palma, una ciudad enlutada

Nos encontramos en plena calle con una persona completamente vestida de negro: ¿qué pensamos? a) Está enrolado en la tribu urbana de los góticos...

Los cortejos fúnebres se despedían en Ses Quatre Campanes.

Nos encontramos en plena calle con una persona completamente vestida de negro: ¿qué pensamos? a) Está enrolado en la tribu urbana de los góticos. b) Sigue los últimos dictados de la moda de París, Milán o Nueva York. c) Va de luto. Cincuenta años atrás, el 99% de los encuestados hubiesen elegido la opción c. Hoy, se repartirían en un 99% entre las dos primeras.

Es un ejemplo más de cómo han cambiado las costumbres, y con ellas el paisaje, de nuestra ciudad. Los ritos relacionados con la muerte llegaron a ser tan complejos y exagerados que las autoridades adoptaron medidas para limitarlos. El Cronicón Mayoricense de Álvaro Campaner recoge un pregón de hace tres siglos, 1716, con el que las autoridades pretendieron restringir las "demasías" en los lutos.

Prohibían llevarlo a quienes no fuesen "parientes inmediatos del difunto o su heredero", establecieron las "telas y adornos de que debían forrarse" los ataúdes o ponerse en las iglesias o domicilios particulares. Se prohibió "construir coches de luto" bajo pena de perderlo y, sorpresa, se fijó el periodo máximo "en seis meses y no más".

El pregón no debió de tener mucho éxito o, si lo tuvo, fue momentáneo. En los años 60 las mujeres endolades vestían de negro por la muerte del marido mientras siguieran viudas. Por los padres o los hijos, dos años; por un abuelo o un hermano, un año. Sin embargo, la cosa se alargaba con los medios lutos, periodos en los que ya estaba permitido combinar con el blanco o el gris. Y se habla de mujeres porque las reglas no eran tan estrictas con los hombres. Pronto sustituían el negro total por una corbata, un brazalete en la manga o un botón en la solapa.

En Palma,los cortejos fúnebres se despedían en ses Quatre Campanes. Desde este punto de la ciudad, solo los más allegados seguían el carro tirado por caballos azabache que portaba el ataúd. Después del entierro había que guardar estrictamente los periodos de luto marcados por la costumbre, so pena de ser descuartizado, o mejor descuartizada, por las lenguas afiladas.

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