"La campana de Can Ribas tocaba a las doce menos diez, a las doce, a las seis menos diez y a las seis. A menos diez era porque estaban los talleres y tenían que estar todos aquí", cuenta Paula, de 89 años, cuyo padre trabajó en Can Ribas. Este y más testimonios se recogen en la exposición Les fàbriques i els horts, organizada por Mar Gaita en el Museo Krekovic como "punto de partida, no como un proceso acabado". La idea es que los vecinos de la Soledat, uno de los principales barrios del desarrollo industrial de Palma, aporten sus recuerdos, en forma de historia oral o a través de fotografías y objetos. La Soledat es memoria viva de una de las páginas del crecimiento económico de Palma. Por desgracia, al barrio se le conoce poco y mal.

Para divulgarlo más allá de su verdad contemporánea, que lo asocia a las drogas, la marginación y la degradación, varios vecinos crearon el Grup d´Amics de la Soledat Foraporta, que arrancó a través de la Plataforma per a la Rehabilitació i Dignificació del barri de la Soledat, en desacuerdo con los planes previstos en el Pla Mirall. Once años después, Tolo Buades, Isabel Bibiloni, Caterina Ramis y Joan Verdera muestran y cuentan la intrahistoria de una zona de Palma que apareció al derribar las murallas de una ciudad asfisxiada puertas para adentro.

Jesús M. González Pérez recuerda en su trabajo La pérdida de memoria y la degradación urbana. Morfología y patrimonio de un antiguo barrio industrial: La Soledat que "Palma fue un importante centro manufacturero en la segunda mitad del siglo XIX". Apunta que mucha de su mano de obra procedía del campo y que este aumento de población, que trabajó en el sector textil y del calzado, provocaría la búsqueda de espacio extramuros en los recientes núcleos industriales como La Soledat o Santa Catalina.

La calle Manacor divide La Soledat en la zona norte y sur. Es en esta donde dos de las industrias más importantes de la ciudad se instalaron: la fábrica textil de Can Ribas y Calzados Salom, más conocido por fabricar los zapatos Gorila. La primera la abrió Vicenç Juan Rosselló en 1840 y se instaló en el barrio 33 años más tarde. Llegó a tener más de 400 empleados y exportó mantas y otros productos textiles a Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Beirut y Damasco, además de a la península. Joan Mas, un vecino del barrio, recuerda que siendo niño jugaba cerca de la fábrica y que donde hoy está la calle Brotad había una acequia por donde corría el agua que se usaba en Can Ribas. A él y sus amigos les encantaba juguetear ahí porque, al teñir las mantas, "el agua salía con colores".

Hoy quedan vestigios, como sus dos chimeneas y la caldera de vapor en el callejón sin nombre, aunque popularmente se le conoce como "el carreró de s´aigo calenta", señala Caterina Ramis.

Joan Verdera se lamenta de que los restos de la fábrica Can Ribas, cerrada en 1960, que se rehabilitó como centro de interpretación municipal, "nunca llegó a ponerse en marcha".

Después de la Guerra Civil, Jaime Salom fundó Calzados Salom, que con el tiempo daría lugar a los famosos zapatos Gorila y a aquellas pelotas verdes que se obsequiaban al comprar un par de ellos. El autor del molde de la pelota vivía en el barrio, Lluís Quintana Vallés. Era tornero.

La fábrica se instaló en el edificio racionalista de Guillem Muntaner. Como faltaba materia prima, la fábrica de gomas Hermanos Tomás ofreció a Salom fabricar una suela vulcanizada. La marca pionera acabó siendo adquirida en 1991 por el Grupo Hergar. La fábrica sigue en pie, vacía, abandonada. "Nos sentimos desprotegidos por las instituciones; sin voz ni voto. Queremos que nuestro barrio recupere su dignidad", expresan los de Foraporta. En el paseo por sus calles estrechas, de plantas bajas y jardín o corral, se advierte la línea divisoria. La venta y tráfico de droga en el barrio, con algunos de los clanes gitanos más conflictivos, lo puso en la picota. "Es un barrio que huele... a porro", ironiza Caterina. Con todo, indican que "no hay problemas de convivencia", pero sí temor. Margalida, otra vecina, vive en pleno trapicheo. "La venta ha aumentado", indica. Espera encontrar sitio en las casas tuteladas de Can Ribas.

Los vecinos, o los que lo fueron, como el fotógrafo Torrelló, aman La Soledat porque, como expresó él, "fue un paraíso". Hoy aspira a ser memoria viva.