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Relojes parados

Relojes parados

A lo largo de nuestros itinerarios ciudadanos, siempre pasamos por algún reloj parado. Son esos relojes de carátula, a veces de gran tamaño, que ornan tiendas o estaciones. La mayor parte de ellos han aguantado impertérritos el paso del tiempo. Porque modernamente todos los relojes públicos son digitales. Los de aguja han quedado relegados al pasado.

El hecho es que, paseas a la hora que pases, siempre marca lo mismo. Las diez y cinco. Al principio, lo encuentras risible y grotesco. ¿Un reloj que no sirve para dar la hora qué utilidad tiene? Mucho más si se encuentra por ejemplo en alguna estación del tren. Donde se supone que la gente lo consulta para saber si llega a tiempo o no.

Transcurre el tiempo, y sigues pasando frente al reloj de las diez y cinco. Y a medida que lo haces, empiezas a considerar las cosas de otra manera. El reloj está parado, de acuerdo. Pero eso no significa que no marque el tiempo. Lo que no marca es el tiempo presente. Pero sigue indicando un momento impreciso del pasado. El instante concreto en que la aguja quedó fijada. El tiempo inmóvil, fosilizado.

Quén sabe lo que ocurría cuando se paró. Tal vez haga ya veinte o treinta años. Era un mundo distinto. Quizás coincidiendo con un suceso extraordinario, como la caída del muro de Berlín. Y justo entonces, clac, quedó parado. Como si nos quisiera indicar para siempre que aquél fue un tiempo importante. Como si nos quisiera obligar a pensar en ello una y otra vez. El tiempo detenido queda expresado en ese reloj. De la misma manera que muchas personas, a consecuencia de un trauma o de algo muy importante, se quedan fijadas para siempre en ese momento. Y por más que pase el tiempo, no evolucionan. Siguen marcando en su interior las diez y cinco.

Al final, los relojes parados no son tanto fruto de un defecto como expresión de un misterio. Parecen indicarnos que existe otra dimensión del tiempo. Otra manera de transcurrir las cosas, paralela o invisible para los que seguimos en nuestra dimensión habitual.

A lo mejor, a medianoche, un día avanzan sólo un minuto su aguja. Pasan a marcar las diez y seis. Durante años. Y aunque no sepas explicarlo, piensas que sus razones tendrá. Y ya lo miras con respeto.

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