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Palma a la vista

Sandra Wang y su otra vida

En enero abrió el restaurante Made in China - Sus peripecias son de novela - "Odié a mi padre por traernos a España" - Ahora no volvería a su país

Ya nadie la llama Weifen, en su nueva vida en España ella es Sandra Wang. L. D.

Nadie la llama Weifen. Ella es Sandra, Sandra Wang. Eligió el nombre porque le gusta la actriz Sandra Bullock. Su vida es mucho más cinematográfica que la mayor parte de las películas de la norteamericana. En Palma se la conoce por su restaurante Made in China, un nuevo concepto de la gastronomía de este país y, sobre todo, otra manera de presentarlo, abierto en enero. Adiós a los decorados en rojo y dorado.

Abramos el libro de esta bellísima mujer de 42 años nacida en la provincia, "pueblo", recalca ella, de Zhejiang, en el interior, al suroeste, del país. Los campos de cultivo, la huerta, quedan en el recuerdo aunque este mes de julio viajó para despedir a su abuela.

La historia de Sandra cuando aún era Weifen dio un giro brusco cuando su padre llegó a Madrid en avanzadilla para ir trayéndose a su familia escalonadamente, a medida que podía pagar los billetes. En 1987 llegaban a la ciudad tres hijas de Demin Wang, la mayor, Weifen, con 14 años; las otras dos, tenían 12 y 10. Llegaría el resto de la familia, la madre Xue Feng Liu y sus otros dos hijos, una chica y por fin el varón esperado en 1990. La primogénita se había convertido en Sandra. No sabe explicar cómo su familia pudo escapar de las represalias que la política del hijo único podría haber tenido con sus padres que tuvieron cinco. "Imagino que al vivir en un pueblo tan alejado, y luego venirnos a España, perdieron nuestra pista".

No llora pero el relato es de lágrima. El padre y las tres hijas vivieron hacinados con otras cinco familias. "Cuando vi que teníamos que dormir en un colchón encontrado en un cubo de basura fue un choque bestial. Odié a mi padre y estuve tres meses sin hablarle por habernos traído aquí. Yo perdí mi adolescencia de golpe en el avión. En mi pueblo éramos alguien: Mi abuelo tenía cerdos y mi padre cosía. Aquí no éramos nadie. No entendía la lengua, las costumbres, todo era tan distinto... Pero estoy agradecida. El contraste me ha hecho fuerte, solidaria", admite.

Desde el principio, Sandra asumió ser la primogénita. Con un viejo cassette que no paraba de escuchar en sus escasos ratos libres -no pudo estudiar y tuvo que ponerse a trabajar en seguida en un restaurante chino, el Primavera, en la Puerta del Sol, donde el primer día ya se quemó la mano- aprendió castellano. Su primer sueldo compró un abrigo para sus hermanas. No ha olvidado ni perdonado que la dueña de aquel restaurante le obligara a cortarse la melena. "Me dolió más que la quemadura", dice.

Se le fue la juventud trabajando todas las horas. A los 28 años ya se encargaba de toda la familia. A los 21 años se casó con aquel novio que hoy no sabe porqué le gustó y del que acabó separándose. No le dejaba ver a sus dos hijos. La sociedad china ve muy mal el divorcio y se lo hicieron pagar. "Me costó tres años levantarme", dice.

Su paso por el restaurante de Pozuelo, el Oriente Exprés ha sido determinante. Su huella se ve ahora en Made in China, su negocio en Palma. "En 2014 vine de vacaciones, y me dije, porqué no aquí". Desde enero atiende en Ramón y Cajal. Le da las gracias a los mallorquines; en especial, a la familia Planas, al decorador García Vinuesa y a mami Pati. "He vendido mi casa de Madrid. Me quedo aquí". Le brillan los ojos. No hay dragones rojos.

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