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Palma a la vista

Demasiadas etiquetas

Un dibujo bajo las escaleras de la plaza Major.

No se esfuercen. No desembolsen cantidades de vértigo para hacerse con un máster que igualmente les dejará varados en otro lugar que probablemente tiene poco que ver con su lugar de nacimiento. No hay vuelta a atrás: cultivarse es hoy un lujo democrático, sí, pero lujo.

Este pequeño país del que muchos se apean, otros no recuerdan porque en buena parte les da igual, y a la inmensa mayoría ya les va bien, sigue apartando los estudios como la peste, a tenor de lo que luego hacen con los esforzados alumnos que han superado exámenes, trabajos de curso, en definitiva han cumplido su deber, para luego encontrarse en la calle.

En una de las mejores escuelas, la calle, que tampoco es gratis porque sale caro estar en ella, uno siempre encuentra un rincón de sofía que a veces es un latigazo y otras, caricia. Son los dibujos, los escritos, esas frases sueltas, garabateadas con mayor o menor suerte, que dejan para todos. Gratis.

¿Qué sería de las ciudades sin esos grafismos? Palma no es tacaña en ellos, parece que hay mucha tralla que soltar y mucho deseo de convertir paredes desoladas, socavones de hormigón enmudecidos, en palimpsestos. Hoy que vuelven a palidecer las tribunas políticas porque es la calle la que está zafándose de los atriles para hacerse con otras herramientas, para darles lección de democracia, que de ahí viene, que bien estaría que volviéramos sobre nuestros pasos y retardásemos de que historia estamos hechos, uno aprende en las paredes.

En la bajada de la plaza Major, cerca de la calle del Forn d'es Recó, aparece el dibujo en trazo negro, de un hombre que parece un Cristo, portando un letrero: Las etiquetas para la ropa. Viste camisa blanca, es barbudo, y le han pintado una mirada de ver lejos, de saber de que va el cuento.

Hoy más que nunca estamos cosidos a las etiquetas porque esta cultura del me gusta, del selfie, del compartir hasta el color de las bragas, de ponerse trascendente para justificar la evidencia del miedo que le tenemos al silencio. Hacemos ruido para despistar al lobo feroz, pensamos que con la cacerolada de nuestros autorretratos colgados en una pantalla líquida le ahuyentaremos. El Hermano Lobo se está riendo a gusto.

La calle habla por sus muros pero el callejeo está sujeto a la corriente del mírate cada dos segundos y espera a que alguien le da al me gusta para sentirte lleno. Con miles de amigos. Así es que hasta es probable que quien se toma la molestia de pintar por nada a cambio en una pared anónima y fuera de uso se encuentre con que nadie le ve porque nadie le mira.

Las etiquetas para la ropa escribe en un claro arrebato sesentayochista porque juzgar, hacer molde de la humanidad, uniformizar, es costumbre vieja, sin embargo, no está de más que nos apuntemos entre ceja y ceja que solo la ropa debe llevar etiquetas para advertirnos cómo lavarlas y si hay que plancharlas. No estaría de más que a algunas marcas les quitásemos la ídem.

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