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Palma a la vista

Sant Sebastià se tira a la piscina

El sant Sebastià en la piscina de Can Escalera. L.D./FAM

En los sesenta las piscinas al borde del mar fueron el distintivo que marcaba fronteras. Al propietario de casa con pileta se le suponía rico. En aquella postguerra española, la clase media recién salía del agujero y medraba a bordo de un 600. Los patentados se construían casonas al borde del mar y desde ahí le daban continuidad al lienzo azul con la piscina de rigor. En la costa de Palma, de Sant Agustín a Calamajor y de Cala Estancia a Can Pastilla hay ejemplos, o arqueologías de aquel esplendor.

Es el caso de Can Escalera, levantada al borde del mar en aquellos años franquistas en que no había mucho cuidado en preservar el paisaje y cuando a nadie le salía sarpullido por las privatizaciones en la primera línea de costa, limada al uso y disfrute público. De aquella mansión con torreón, propia de la época, y que se construyó en 1964 apenas quedan los huesos. Es decir, nada, tan solo los fundamentos de la piscina, que fue la escuela de natación de muchos de los niños de Can Pastilla.

Can Escalera fue propiedad del ingeniero de caminos Fernando Martínez de la Escalera. Pocos años después fue vendida y derribada para construir un bloque de apartamentos con nueve alturas, vecino de restaurantes y bares de la playa. Al parecer, algunos de los hijos del ingeniero vendieron algunos de los apartamentos de un inmueble del boom feroz que convirtió a los de siempre en más ricos de lo que ya eran.

Según se desprende de una notificación del Butlletí Oficial de les Illes Balears, fechado el 29 de mayo de 2014, existió un proyecto para construir un muelle, un varadero y una playa artificial, cuya concesión administrativa se la otorgó a Fernando Martínez de la Escalera, el 30 de abril de 1958. El proyecto era del ingeniero de caminos Antonio Parietti, suscrito en septiembre de 1952. El año pasado Costas declaró caducada la mencionada concesión administrativa.

Los legalismos tienen su reflejo, ya desde hace años, en esa piscina vacía, hecha jirones de hormigón, que huele a agua estancada, putrefacta y que, sin embargo, es una galería de arte urbano a pie de playa de gran valor.

Entre los hierros, en las paredes desconchadas, surgen murales en los que han intervenido, entre otros, Grip Face y Alona Morgana que, tres años atrás, dejaron su friso historieta, Frontera do mar.

En la misma frontera, surge un san Sebastián. No le faltan sus dardos. Los hierros oxidados del pilar cuadran al patrón de Palma que en Can Pastilla hacen piscinero como debe ser en un lugar de veraneo.

No es carnoso, el santo de 07610; más bien parece una hilacha, un alambre del santo que abre fiestas en el inicio del año. El dibujo tiene padre. Se trata de Pato Conde, un versátil de la fotografía, la ilustración, el arte callejero y que también narra.

De la arqueología de piscinas de casonas de ricos surgen historias o reinterpretaciones. Las Altamiras de Palma surgen a contrapelo, una pared vieja, los bajos de una piscina en la que aprendieron a nadar aquellos niños que hoy peinan canas. El santo les mira por el rabillo del ojo, dolorido por el aguijón del hierro oxidado. Un pequeño naufragio.

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