Los teléfonos móviles son cada día más inteligentes. Hasta el punto de que, a veces, parecen tomar ellos las decisiones. Imponértelas. Sin que puedas hacer nada para impedirlo. Así ocurre por ejemplo con las llamadas fantasmas. Suena el aparato, miras la pantalla y reconoces el nombre de alguien conocido con quien hablaste recientemente. Descuelgas. "Diga..." Y por contestación, escuchas una serie de ruidos. Tal vez unos pasos. Tal vez una respiración. Tal vez una conversación a lo lejos.
Vuelves a repetir "Diga..." Y sigue sin respuesta. Continuan los pasos o las voces ininteligibles. Entonces comprendes que el teléfono se ha activado solo. Que la persona emisora ignora incluso que se ha establecido la llamada.
Puedes estar un rato siguiendo ese sonido espectral. Mientras piensas aterrado que un día eso te puede pasar a ti. Y quién sabe el momento que escoge el teléfono para hacer una llamada.
De hecho, ha ocurrido en más de una ocasión. En una cena, por ejemplo, a alguien se le dispara el teléfono. Y el atónito receptor, que además recibe la llamada de madrugada, asiste a una conversación de lo más comprometida. Una charla amorosa, una reunión política, una charla de amigos medio borrachos, una serie de críticas personales...
Lo que puede salir de ahí resulta incluso escandaloso. Ha llegado a ocurrir que el receptor sea un periodista, que asiste atónito a una reunión política de lo más secreto. Y aquel grupo no puede sospechar que, al otro lado de la línea, alguien anota nerviosamente sus confidencias.
Un dicho militar asegura que las armas "las carga el Diablo". Por ahora, no tenemos ninguna nueva divinidad que tutele el mundo de los móviles. Pero si existe, es la responsable de esas llamadas no controladas. Que en cualquier momento nos pueden poner en evidencia de la forma más vergonzante.
