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Palma a Palma

Pompas

El verano cambia la geografía humana de las calles. Y prolifera la gente que busca sacar unas monedas por medio de cualquier actividad vistosa. Así, vas a cruzar una esquina y de repente contemplas atónito como una pompa de jabón atraviesa el firmamento. Luego otra y otra.

Es que, al lado de las estatuas vivientes, los dibujantes callejeros, los músicos y titiriteros, este año triunfan los fabricantes de pompas.

Una actividad esencialmente mágica. Los ves con un instrumental bien sumario. Un paño en la acera, para no enjabonar el piso. Una botella reutilizada con agua y mistol, verdosa y espumeante. Las dos varitas unidas por un cordel, que actúan tan cual la vara encanteril de El aprendiz de brujo.

El fabricante de pompas, al que en puridad deberíamos llamar "pompero", se concentra. Mueve sus varitas al viento, y se produce el milagro. De la nada comienzan a formarse formas imposibles, redondeadas y deseantes. Como las esculturas de Jean Arp.

Las pompas son pequeñas o enormes. Tornasoleadas por los reflejos. Adquieren vida propia. Primero como si se deperezaran, adquiriendo vuelo y volumen. Y luego, dejándose ir por el espacio.

Qué poesía más absoluta. Crear criaturas imposibles a partir de la nada. Los niños, sobre todo, se quedan boquiabiertos. Quieren tocarlas. En su sabia inocencia, comprenden que las pompas vienen de otro mundo, y tras su vertiginosa existencia terrenal, vuelven a él.

Las pompas mueren lenta y poéticamente. Se escapan por calles y ventanas. Y conforme pasan los minutos, comienzan a transparentarse. A convertirse en casi invisibles. Desaparecen como las cosas hermosas. De una forma discreta y delicada.

Cada pompa de jabón es un mundo. Por eso, sus fabricantes resultan casi como demiurgos.

Héroes de lo invisible y la antimateria.

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