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Palma a la vista

Entre barreras New Jersey

Hay estampas que nos ponen en nuestro sitio: somos hijos del agro. L.D.

Nuestra memoria está hecha de paja y heno, de estiércol del ganado, del que un día supieron nuestros abuelos que sí y que no se aprovechaba del animal. Hoy una hamburguesa se vende en una bandeja de plástico y los niños se creen que la carne viene de la nada. Una vaca es tan exótica como el chimpancé encerrado en un circo. Parecida suerte corren las verduras y las hortalizas a las que vemos tantas veces congeladas. Sin embargo, Palma es generosa en brindar estampas del así fuimos. Aún hoy. Solo hay que abrir los sentidos.

Vas en dirección al aeropuerto de Son Sant Joan, una de las infraestructuras más incomprensibles que se han levantado en Palma, quizá aún peor que el fatídico Palacio de los enredos, y a derecha e izquierda asoma la cara más agrícola de una ciudad que no es solo ciudad crucero.

Hay restos de las fincas agrícolas a tiro de piedra de la ciudad, parches agrarios porque el modelo urbano se ensancha y porque ya apenas nadie quiere vivir del campo. Entre el Molinar, el Coll d'en Rebassa, en la zona de Es Pil·larí es habitual encontrarse con campo sembrado, hay regadío, hay cereales, y entre franja y franja de cultivo, ves vacas lecheras, las reses dálmatas.

Las pobres van sorteando, en hilera y muchas de ellas cabizbajas, un camino lleno de escollos porque entre el pasto que las alimenta se sitúan las carreteras, los desvíos de la vía de cintura y de la autopista, el reciente del Molinar, sin ir más lejos. Como vamos a un ritmo calmo, ni que fuéramos vacas lecheras, se encuentran en el borde la carretera unos elementos extraños de hormigón, las llamadas barreras de seguridad New Jersey, que siguen ahí, sin colocar. Su función es la de trazar la frontera de seguridad entre la carretera y los arcenes, o ser separadores para que los coches no invadan las zonas de trabajo y se lleven así a los operarios por delante.

En esa convivencia entre el hormigón sin colocar, cuya función es la de evitar accidentes de tráfico, y el camino de las vacas hacia su zona de pastoreo se erige una metáfora de nuestra historia. Somos siglo XXI pero eso no significa más que somos suma de historias.

Venimos de aquellas personas que no sabían ni leer ni escribir, que hacían sumas con los dedos, que se limpiaban con una brizna de hierba y que el mar era cosa peligrosa a la que mejor no acercarse. Hoy nos olvidamos amarrados a una tablet que el estiércol permite hacer fuego, que es abono para las verduras que nos comeremos, que es un elemento aislante.

Palma sigue enseñando su huella campesina en convivencia con su cara turística en esa recua de ganado vacuno que avanza lentamente hacia uno de los escasos pastos que aún quedan antes de que construyan ciudades prefabricadas. Nos queda poco.

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