La palabra peste procede del término latín pestis que significa epidemia. Quizás los antiguos habitantes de la ciudad de Palma desconocían este dato etimológico, pero, sin duda, todos ellos sabían muy bien qué significado tenía el término peste y sus implacables efectos mortales. Y ello es así porque la peste está íntimamente relacionada con la historia de Palma y por extensión de Mallorca. Documentalmente, tenemos noticias de ella por primera vez ya durante el asalto de los cruzados catalanes a Madina Mayurqa, en 1229. De esta manera lo contaba José María Quadrado: "Declaróse la peste en la ciudad, y con el desorden y agolpamiento de tanta gente de guerra se encendió tan terriblemente, que diezmó las compañías y llevó al sepulcro á los más intrépidos, á quienes respectara la muerte en los combates. Murió á los ocho días de enfermar Guillén de Claramunt: apenas sepultado, siguiéronle á la tumba Ramón Alamany, García Pérez de Meytas y Guerao de Cervelló, hijo de Guillelmo de Cervelló y sobrino de Alamany, todos del linaje de los Moncadas, excepto el García. Al verlo el conde de Ampurias, exclamó: ´Aquí feneceremos los que de este linaje quedamos [la madre del conde de Ampurias era Adelaida de Montcada]´; triste presentimiento, que se cumplió para él ocho días después". Jaime I quedó muy impresionado por estas muertes repentinas. En su crónica dejó escrito: "I nós veierem la mortaldat que s´havia abatut sobre tan alts personatges de la nostra host i en tinguérem gran desconhort".

Ahora bien, la peste más devastadora que vivió la ciudad fue, sin lugar a dudas, la peste negra, la misma que desoló Europa a mitad del siglo XIV. Esta pandemia surgió en Asia. Parece ser que se trataba de un bacilo, el Yersina pestis, que provocaba altas fiebres y que en la mayoría de los casos conducía a la muerte de los afectados. Según los especialistas, el bacilo era transmitido por las pulgas. Ello explica esa manía pavorosa de quemar los ropajes de los viajeros sospechosos de ser portadores del mortífero díptero. Desde la India, a través de los ejércitos mongoles, llegó la peste al continente europeo. Los estragos se empezaron a detectar hacia 1347, especialmente en la zona mediterránea: Mesina, Venecia y Nápoles. Posteriormente, desde la Península Itálica, se extendió por toda Europa, desde Inglaterra a Rusia; y de España, a Escandinavia.

Los primeros documentos que advierten la presencia de la peste en Palma, rondan los primeros meses de 1348. En el Cronicón mayoricense se puede leer: "Este año [1348] padeció Mallorca los estragos de una peste que casi la despobló en el espacio de un mes, muriendo el 80 por ciento de los enfermos: dícese que perecieron 15.000 personas". Resulta muy difícil calcular el número real de bajas, solo a través del cobro de impuestos se han podido establecer algunos datos. Si en 1336 se habían contabilizado 12.751 "focs", o hogares, en 1349 se habían rebajado a 9.164, es decir, cerca de un veinte por ciento de la población de la isla. En el caso de Palma ese porcentaje bajaba a un diez por cien, por lo que se deduce que la peste afectó más a la part forana.

El 24 de marzo de 1348 moría el gobernador de Mallorca, Felip de Boïl, el cual fue substituido por el caballero Arnau de Llupià, que a su vez murió a los tres meses de ocupar el cargo. El pavor se apoderó de la población. La gente no salía de sus casas y si lo hacían era para huir a las recónditas cuevas montañosas de la sierra de Tramuntana. Luego la pandemia fue remitiendo paulatinamente, y poco a poco se volvió a la normalidad. Las consecuencias de la peste negra fueron devastadoras en toda Europa. En la isla significó el fin del proceso repoblador de Mallorca, tal como indicó en su día el historiador Antoni Mas: "Si no se puede fijar con certeza cuando se inició este proceso repoblador „si es que el iniciado en 1230 se hubo parado alguna vez„ queda claro que se vio interrumpido o que disminuyó considerablemente su intensidad a raíz de la mortandad causada por la peste negra de 1348. La consulta de numerosos protocolos de la segunda mitad del siglo XIV así lo corrobora".

Tras la vuelta a la normalidad, Palma, al ser un destino y paso obligado de muchos barcos venidos de los cuatro puntos cardinales, nunca dejó de estar en vilo ante nuevos posibles brotes de peste. A pesar de las medidas de control en el puerto, en alguna ocasión no se pudo evitar un nuevo contagio. Por ejemplo en el Cronicón mayoricense se documenta en el mes de enero de 1375 un brote: "...empezó á sufrirse en Mallorca una grande epidemia, de la cual llegaron á fallecer más de 35.ooo personas". En 1383 se volvió a sufrir un nuevo ataque de peste. La mortandad debió volver a ser muy grande, pues durante el mes de febrero de 1384, los jurados de la ciudad otorgaron una serie de ventajas fiscales para los extranjeros que quisiesen instalarse en la isla. Por una breve nota del Cronicón se sabe que en 1388 "hubo en Mallorca gran mortalidad de niños".

Durante el siglo XV se continuaron dando algunos casos pandémicos. Seguramente por ello, en 1459, los jurados decidieron redactar unas Ordinacions del morbo, con el fin de preservar la isla de los embates de la peste. Estas nuevas medidas reguladas por esas ordenaciones, se tuvieron que poner en práctica en 1467, al conocerse que la peste rondaba las costas de Cataluña y Valencia. De esta manera la torre de Portopí se convirtió en una improvisada cuarentena, se cerraron todas las puertas de la ciudad, dejando solo abiertas las de San Antonio y del Sitjar, vigiladas por cuatro hombres cada una. Mientras tanto, la vida en el interior de la ciudad transcurría paseando la imagen de santa Práxedes por las calles, acompañada de "fadrines i donzelles descabellades"; o cada día, después del Santus, se tocaba la campana "Antoni" de la catedral, para que todo el mundo se parase a recitar una oración a san Sebastián; o cada domingo en la catedral, antes de la misa mayor, se celebraba una procesión de suplicantes que salía por un portal y entraba por el otro. En Palma, tras la finalización de la pandemia se contabilizaron trescientos muertos.

En 1475 se volvió a sufrir los estragos de la peste, y en 1493 „conocida como la "peste d´en Boga"„; y durante el siglo XVI y XVII. En la segunda mitad del diecisiete la peste prácticamente desapareció, aunque aparecieron algunos rebrotes, el último en 1820 que provocó la muerte de un miles de personas. Lejos quedan ya aquellas súplicas medievales a la Virgen: "Pus axí nos excitau/ que preguem, Verge, a vos,/ supplicam vos dar vullau/ fi a les nostres dolors./ Nosaltres, agenollats, genolls nuus e junctes mans,/ab los ulls alt elevats,/los gemechs molt freqüentants,/demanam vos bona pau/ ab aquestes regnes en dos/ e la peste nos levau,/ segons confiam de vos".