La población de Palma recuperó la senda del crecimiento durante el pasado año tras dos ejercicios con evoluciones en negativo, hasta situarse en los 421.708 habitantes (499 personas más que en 2011), según los datos facilitados la semana pasada por el Consistorio. Pero esta recuperación no ha sido generalizada: los residentes extranjeros no comunitarios muestran una evolución a la baja y se sitúan en 47.255, con una reducción de 3.739 individuos, la mayoría de países latinoamericanos. La principal causa de esta marcha es la falta de expectativas laborales en las islas. Muchos inmigrantes creen que las posibilidades de encontrar un puesto de trabajo en Balears son prácticamente nulas y "puestos a pasarlo mal, prefieren hacerlo junto a su familia", según admiten los representantes de este colectivo.

El catedrático de Geografía Humana de la Universitat balear, Pere Salvà, comparte esa visión. Palma, al igual que el conjunto del archipiélago, está perdiendo población latinoamericana a causa del retorno a sus países de origen de muchas de estas personas. Según Salvà, se trata de individuos que comenzaron a llegar a las islas a partir de 2003, coincidiendo con la puesta en marcha de grandes obras públicas por parte del Govern de Jaume Matas y con el boom inmobiliario, con un nivel de arraigo limitado, y que la caída del sector de la construcción ha dejado fuera del mercado laboral. Por ello, optan por regresar a Latinoamérica, ya que allí cuentan con el apoyo de la familia y con mayores opciones de encontrar un empleo aunque sea en la economía sumergida.

Por contra, Salvà señala una estabilización de la población africana y un aumento de la procedente de Rumanía o Bulgaria. En su opinión, la población de Palma y del conjunto de las islas va a seguir registrando crecimientos moderados hasta 2020, aunque al mismo tiempo se va a ver afectada por un proceso de envejecimiento. Sin embargo, no oculta que las expectativas laborales seguirán siendo malas: durante los años del boom económico, Balears contó con unos 500.000 afiliados a la Seguridad Social, y en estos momentos la cifra de personas en edad de trabajar se mueve en torno a las 700.000. Es por ello que reconoce que el proceso de retornos se va a mantener.

Las asociaciones de inmigrantes latinoamericanos coinciden en esa ausencia de expectativas laborales. Las nacionalidades con mayores descensos en la población palmesana son la ecuatoriana, con una bajada de 833 personas; la argentina, con 605; y la colombiana, con 586. Jorge Lambuley es vicepresidente de la asociación de colombianos y no oculta que para muchos de sus compatriotas la situación en España se ha vuelto "insostenible" tras haber quedado en el paro.

Sin salidas laborales

El problema, sostiene, es que muchos colombianos llegaron a Balears para trabajar en la construcción y las actividades afines, y ahora se encuentran sin futuro laboral. Pero el problema se extiende también a aquellas mujeres que trabajaban como cuidadoras de personas mayores y que al quedar algunos de los hijos de estas últimas sin ocupación han pasado a hacerse cargo del anciano, dejando sin trabajo a la inmigrante. Aunque reconoce que es una cuestión que no se suele abordar, apunta que incluso las chicas que llegaron de Latinoamérica y que se han dedicado a la prostitución tienen ahora problemas para salir adelante.

Raúl Luna, presidente de una de las asociaciones de ecuatorianos de la isla, señala también esa falta de expectativas laborales, y recuerda que la opción de regresar a su país se explica porque siempre es preferible pasar un mal momento junto a la familia que alejado de ella, una valoración en la que coincide el presidente de la asociación argentina, Héctor Morano, el cual destaca que cuando la pérdida del empleo se da en un inmigrante de edad próxima a los 50 años, las posibilidades de reincorporarse al mercado laboral resultan prácticamente inexistentes.

Raúl Luna apunta otro factor que en su opinión ha hecho aún más difícil la permanencia de muchos inmigrantes: precisamente el olvidar el carácter itinerante que muchas veces implica abandonar el país de origen. Así, recuerda como muchas de estas personas tuvieron un acceso excesivamente fácil al crédito, lo que las llevó a comprometerse con hipotecas a 25 o 30 años y además a comprarse un coche, generando unos compromisos económicos con los que resulta imposible cumplir una vez perdido el empleo. Héctor Morano admite esta circunstancia, pero recuerda también que "a nadie se le ponía una pistola en la cabeza a la hora de firmar una hipoteca".

En cualquier caso, Jorge Lambuley señala la creciente sensación que muchos inmigrantes tienen de que han sido ´utilizados´, y que pese a reclamar sus servicios durante los años de bonanza económica, ahora ya no son apreciados en la sociedad balear o, con carácter general, en la española. Una sensación que Raúl Luna comparte.

Como prueba de ello, recuerdan los nuevos límites que se están fijando para permitir el acceso a la sanidad pública. Además, se señala que la obligatoriedad de dar de alta en la Seguridad Social a las personas que ayudan en las labores del hogar ha hecho que ahora muchas familias desistan de contratar los servicios de muchas mujeres inmigrantes, y se señala el absurdo que supone el que en años de crecimiento no se exigiera esta medida y en cambio se aplique durante la crisis.