En las dos últimas semanas, el equipo de gobierno de Cort ha parecido más preocupado por el cambio de nombre de la ciudad que por la crisis. Finalmente, el último pleno municipal aprobó instar al Parlament a sustituir el topónimo Palma por Palma de Mallorca, pese a los informes en contra de la Universitat, del jefe del archivo histórico de Ciutat y de especialistas en la materia. Sin embargo, la polémica quedaría en papel mojado si algún día se confirmase la hipótesis de que la antigua ciudad romana Palmae Urbis realmente se encontraba donde ahora está la finca de sa Vall (ses Salines), perteneciente a la familia March. En cambio, el primer asentamiento de la actual Palma era mucho más pequeño y podría llamarse Guium o Tucis (menos probable).

La teoría da para una novela al estilo de El nombre de la rosa o El código Da Vinci, bromea el autor, Antoni Borràs. Este arquitecto, experto en Geografía Física y en ordenación del territorio de la isla durante la época romana, lleva ocho años investigando lo que él llama “el código olvidado impreso en el paisaje”. En palabras más claras, se trata de la ordenación de las antiguas colonias romanas de Mallorca y su red viaria, que estaban estructuradas “bajo una estricta red geométrica hexagonal formando ángulos múltiples de 30 grados”. La misma situación también se producía en otros territorios del Imperio Romano, tal como explica en un artículo publicado en 2009 en la revista científica Estudis Baleàrics que se titula Identificació de les traces d’una possible colònia romana a Mallorca.

La posible colonia es Palmae Urbis, aunque para confirmar su hipótesis, Borràs necesita poder “realizar las catas pertinentes y, en su caso, las excavaciones que confirmarían la existencia de un importante yacimiento arqueológico” en la huerta des Serralet, situada al pie de la laguna dels Tamarells, en la finca de sa Vall.

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