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Mariano, es usted muy cansino

Señor Rajoy: tengo miedo a volar. No sé cómo empezó todo. Recuerdo que, de niña, volaba sin problemas y que, de adolescente, me embarqué en un par de vuelos transoceánicos sin que se me acelerara el corazón ni un latido. Y eso que eran los años en los que iba al cine Born a ver Aeropuerto 77 y sus secuelas.

Luego algo ocurrió. Quizás tendría que someterme a hipnosis regresiva para identificar el instante preciso. Es posible que fuera en aquel aciago vuelo Palma-Maó en el que agarré del brazo a la azafata y le conminé a que amerizara so pena de montar un follón digno de Melendi. O tal vez fue aquel aterrizaje en el aeropuerto Tenerife Sur en el que mi ateísmo se iba diluyendo a medida que nos acercábamos a la pista. No lo sé, solo sé que tengo miedo a volar y eso, para un isleño, es una faena del tamaño de un tren de aterrizaje. Y aunque el miedo es incontrolable, vuelo porque intento que mi vida cotidiana no se vea limitada por una fobia que me llevaría al aislamiento. Lo he intentado todo: beberme media botella de Viñasol en el bar de la terminal (a un precio que, señor Rajoy, casi tengo que pedir una hipoteca para satisfacer el importe. Dé un toque a AENA), tomarme orfidal y medio cuando oigo "Armamos rampas y cross check", pintar mandalas, escuchar El mejor álbum de relajación del mundo y completar sudokus. Incluso tengo instalada en mi móvil la app Mi vuelo, en la que suelo repasar el apartado "Volar es seguro" una y otra vez: "Un avión flota en el aire como un corcho en el agua fruto de su diseño", voy repitiendo como un mantra.

Asimismo, señor presidente, he realizado el curso de dos días Perdiendo el miedo a volar. Durante la primera jornada aprendí tantos conceptos mecánicos, aeronáuticos y meteorológicos que me sentí capacitada para pilotar un Boeing 787; el segundo día tuvimos que superar dos vuelos, sin vino ni pastillas, y racionalizando nuestros pensamientos hasta pulverizar la tendencia al catastrofismo.

Pero no estoy sola, como yo son miles los baleares que tienen miedo a volar y que, encima, tienen que sumar a su pánico latente el monumental cabreo de pagar los billetes a la península (que es España, como usted no se cansa de repetir) a precio de un asiento a Bora-Bora. Los isleños, usted lo sabe, somos de buen conformar, nos quejamos poco, no damos problemas, somos los primeros en salir de la crisis y los últimos en la financiación autonómica. Acogemos a media Europa cada verano, que nos ahoga, nos satura y encima indicamos con una sonrisa cómo llegar a la catedral. Suecos, alemanes, ingleses ocupan la isla y nosotros les arreglamos barrios enteros para que los gentrifiquen y nos veden luego el paso a base de cobrar los gintónics a 18 euros. Tan buenos somos que no tenemos representación nacionalista en el Congreso que pueda chantajearle a usted con no aprobar los presupuestos si no nos concede esto y lo otro.

Así que deje de marear la perdiz con el dichoso 75% del descuento aéreo. Volar a la península en la mayoría de ocasiones no es un lujo, es una necesidad. Muchos de nosotros, que también somos españoles, tenemos familia en Barcelona o Valencia o Valladolid. Y no son pocas las ocasiones en las que por una desgracia o por un imprevisto hemos tenido que abonar 300 euros por un billete. Y eso, se mire como se mire, es discriminación. Porque los ciudadanos que viven en la península pueden viajar en su automóvil o plantarse en la estación, tomar el AVE y llegar en pocas horas a Madrid, a Sevilla, a Valencia y pronto a cada rincón de España, con la inestimable ayuda de los impuestos que estos modestos isleños abonan cada año.

No, volar a un precio razonable no es un lujo y usted como presidente del Gobierno hace tiempo que debería haberlo garantizado, con descuentos o con un control efectivo de los abusos que realizan las compañías, sobre todo en fechas navideñas o veraniegas. Porque esa es una de las funciones del Gobierno: garantizar que todos los ciudadanos españoles, isleños o peninsulares, tengan acceso a los servicios básicos a precios que no descalabren su economía. Y eso, señor Rajoy, debería quedar fuera de la estrategia de partidos.

Así que, para tranquilizar al señor Company y decirle que puede dormir tranquilo no hace falta que venga a Mallorca en un radiante sábado de abril. Porque no es el sueño del señor Company lo que debería preocuparle, sino el derecho de un millón de baleares a salir de la isla cuando lo necesitan. Es a mí a quien debería usted tranquilizar diciéndome que volar es barato... y seguro.

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