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El móvil en su contexto

lguien afirmó que nunca se inventa si no es urgido por una necesidad y en el caso de los teléfonos inalámbricos la utilidad es evidente, lo que justifica el uso casi generalizado desde su introducción (en España, sobre 1976). Se comprueba desde entonces la popularidad en porcentajes crecientes: desde aproximadamente un 35% a finales de los noventa, al 80% en 2005 y, en los países desarrollados, superando el 90% en 2016.

En paralelo, prosigue la controversia sobre las dolencias que su empleo prolongado pueda producir y, entre ellas, convendrá precisar que en cuanto a cánceres en el área de cabeza y cuello, los datos no avalan las iniciales presunciones de que su frecuencia podría aumentar por la exposición a los campos electromagnéticos que generan dichos aparatos. La radiación que emiten es de baja frecuencia, no ionizante (a diferencia de los Rx€) y, de los más de 30 estudios relevantes sobre su posible efecto inductor de algunos cánceres, la mayoría no hallan relación causal alguna. Por lo que hace a tumores cerebrales (gliomas), los trabajos con mayor número de casos analizados y seguimiento de años, no han hallado evidencias etiológicas (Internal Journal of Epidemiology en 2011 y 2013, Cancer Epidemiol. en mayo de 2016€), aunque quepa señalar la discordancia de un estudio sueco (Pathophysiology, 2014) que apuntaba mayor frecuencia de los mismos entre quienes empezasen a utilizar el móvil antes de los 20 años (hueso de menor grosor a esa edad, mayor conductividad del tejido cerebral) o lo utilizaron durante más de 25 años, lo que triplicaría el riesgo.

En resumen: las conclusiones, y en espera de nuevos estudios, han sido por lo general negativas en cuanto a la hipótesis de su potencial cancerígeno y se apunta a que quizá deban concurrir otras circunstancias para favorecer la génesis de dichos tumores. Conviene asimismo subrayar, por la aprensión que muestra la población, que tampoco se ha demostrado un aumento de riesgo por la proximidad a las antenas de telefonía (la exposición a campos eléctricos sería incluso menor a la del usuario de un móvil), lo cual ha sido subrayado por la propia OMS, el CSIC o la Asociación Contra el Cáncer.

No obstante, de ahí a afirmar rotundamente la inocuidad media un trecho y, si no existen datos fehacientes sobre posibles mutaciones celulares o lesiones vasculares, algunos han comprobado mayor frecuencia de lesiones benignas en el nervio Acústico tras su uso prolongado, aunque la evidencia era también escasa en una de las publicaciones más citadas (estudio Interphone, 2011). Por lo demás, sí se comprueba en ocasiones tendinitis del pulgar cuando se escribe de modo excesivo con el artilugio, a más de -y esto, a diferencia de los tumores, universalmente aceptado- neuralgias posturales del cuello, permanentemente inclinado hacia el lado del oído receptor, cuadros de ansiedad con tintes compulsivos y la denominada nomofobia (miedo a estar sin él, como si del ángel de la guarda se tratara).

La fe en el aparatito, que se ha convertido para muchos en motor de socialización, y la zozobra consiguiente cuando por una de aquellas se olvida, no son privativas de género, edad o clase social alguna. Todavía recuerdo, estremecido, la aciaga tarde en que, por inclinarme en demasía, el inseparable compañero terminó sumergido en el váter. De no verlo con mis ojos, jamás me habría creído capaz de meter la mano y, tras el rescate, proceder al cuidadoso secado y posterior rebozado en un bote con arroz, como me recomendó un experto en esas lides. Y lo tildo de tal porque volvió a funcionar y todos ustedes -en algo hemos sin duda de parecernos- entenderán el suspiro de alivio.

Que se ha llegado al extremo de que sin móvil no se es nadie y por tanto inexistente, no supone que la inversa sea menos cierta y, para comprobarlo, bastará con que sentado/a en cualquier bar observe a esas parejas vecinas en edad de estremecerse por la mutua compañía pero, cada uno de ellos/as, tecleando sin prestar la mínima atención a ser viviente alguno. Tal hipnosis, que hace del usuario alguien distante e impenetrable a cualquier influencia exterior que no provenga de lo que tiene entre manos, evidencia, más allá de las controvertidas enfermedades por su causa, su probada vinculación con el aumento de los accidentes de tráfico debido a la distracción que procura. Es razón para aconsejar la utilización del dispositivo de manos libres y, en espera de datos definitivos sobre su inocuidad en el ámbito de la fisiología, la conveniencia de emplear mensajes de texto (¡pobres pulgares!) por sobre las llamadas.

Sin embargo y hasta aquí, ninguno de los anteriores consejos ha logrado soslayar la cuasi enfermiza atracción que los móviles ejercen sobre nuestra especie, al punto de que incluso la reproducción humana, de seguir el magnetismo (¿por eso lo de "radiaciones electromagnéticas"?), podría verse comprometida y no sólo por el cambio climático o los despropósitos guerreros de algunos mandatarios, sino que sería la falta de tiempo, ocupados en otros menesteres, lo que acabaría con nosotros. Sólo cabe subrayar, en su defensa, que también los móviles contribuyen a salvar vidas. Finalmente, ¿de qué lado se inclinará la balanza? Es sin duda la pregunta del millón.

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