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Antonio Papell

Marrullerías en Red

Durante algún tiempo, hemos asistido al espejismo de que las llamadas redes sociales, especialmente Twitter y Facebook, serían herramientas que contribuirían positivamente a que los ciudadanos adquiriéramos una información más perfeccionada que nos permitiría supuestamente tomar decisiones fundamentadas, tanto en materia política como en los demás ámbitos (consumo, ocio, etc.).

La realidad es muy distinta: dichas redes, que forman una malla de interconexión entre actores sociales y políticos, se han convertido en el gran vehículo de la manipulación, de la difusión malintencionada de mentiras y bulos (la célebre posverdad), y de toda clase operaciones de mercadotecnia política encaminado a cumplir fines particulares, sin otro fin que el lucro de lo que se benefician en cada caso.

Cada vez es más claro que las redes sociales, en manos de desaprensivos, han desempeñado un papel crucial en las dos decisiones globales más controvertibles de los últimos años, la elección increíble de Trump y la inaudita decisión británica del Brexit. Pues bien: al fin nos hemos enterado de que una consultora de técnicas de manipulación de la opinión pública, Cambridge Analityca, amparada en el prestigio de la famosa universidad, robó los datos de unos 50 millones de usuarios de Facebook para utilizarlos en favor de la campaña de Trump. Con un permiso para realizar una investigación inocua sobre 270.000 usuarios con fines académicos, la mencionada compañía, de la que es accionista Steve Banon (el jefe de campaña de Trump en las elecciones de 2016), ha conseguido acceso a la gigantesca red de amigos de los encuestados y a sus gustos (los like).

La práctica es absolutamente ilegal, y lo grave del caso es que, al enterarse de lo ocurrido, Facebook no informó de ello: han tenido que ser los medios de comunicación convencionales -The Observer y The New York Times- los que han descubierto el pastel. Con la particularidad de que, al saltar el escándalo, se conocía también que Cambridge Analityca estaba siendo investigada en el Reino Unido por una manipulación parecida con respecto al Brexit. La consultora, por su parte, señala como "gran manipulador" al rusoamericano Alexandr Kogan, investigador de Cambridge, quien ha alardeado de su capacidad para desacreditar o encumbrar a líderes políticos. Entre pillos anda el juego.

La verdad absoluta no existe pero está mucho más cerca de ella la información que proviene del periodismo basada en cabeceras de prestigio y firmada por periodistas reconocibles. Las redes sociales sirven para intercomunicar a los actores, también para aproximarse a los emisores de opinión, pero no para obtener la información veraz y objetivada, la opinión mesurada con indicación de autoría, y mucho menos los modelos y las pautas de conducta. Y se equivocan quienes, por un mal entendido criterio de "modernidad", fían su criterio al aleatorio e inseguro devenir de Twitter y de Facebook.

La compañía Google, que fue pionera en el intento de desmantelar el periodismo tradicional y menospreció en primera instancia la propiedad intelectual, base de un sistema informativo de calidad, parece haber cambiado de criterio y ahora dice estar interesada en favorecer a los medios de comunicación de referencia frente a la sobreabundancia de medios sin contrastar y de publicaciones encaminadas claramente a difundir informaciones falsas. Habrá que darle un margen de confianza, pero la tarea no es fácil porque este asunto se mueve en territorios en que la subjetividad cuenta y en los que es muy importante que se extienda y se consolide la idea de que el individuo que acude a Internet a informarse, a saber, tiene que realizar un esfuerzo personal para evitar ser intoxicado, engañado o manipulado.

Asimismo, los medios tradicionales, los que conservan el prestigio y la calidad, valorada por su clientela, han de rearmarse sin complejos para reconquistar el terreno perdido. El buen periodismo, que por supuesto no puede ser gratuito, es la base de la racionalidad democrática. Sin información cabal, los manipuladores se acabarán adueñando de la globalización, como de hecho ya ha ocurrido hasta cierto punto. Esperemos que el proceso de degradación sea reversible.

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