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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

El alma rusa

El resurgir de la influencia rusa con Vladimir Putin bebe de un nacionalismo que no es ajeno al gigantesco tamaño del país

Todavía hoy perdura el enigma del alma rusa. El tamaño del país invita a pensar en un continente con dos rostros: uno europeo y otro asiático. «En Europa somos tártaros -escribirá Dostoievski en 1881-, mientras que en Asia somos europeos». En realidad, la frontera entre los dos mundos es cultural más que estrictamente política: descansa sobre un sustrato que implica la cuestión de la libertad y el despotismo. ¿Fue la URSS el primer Estado comunista o el totalitarismo soviético reflejaba más bien una variante del nacionalismo zarista? El embajador Kennan -artífice de la respuesta americana al estalinismo- creía lo segundo, al igual que el historiador húngaro John Lukacs. Se diría que el resurgir de la influencia rusa con Vladimir Putin bebe de un nacionalismo que no es ajeno a la extensión gigantesca del país: los imperios no se integran, sino que, o bien se disuelven trágicamente en una miríada de pequeñas naciones, o bien siguen su propio camino en una relación más o menos tensa con los demás imperios.

En este sentido, la posición geográfica de Rusia resulta crucial. Bascula entre Europa y China, entre el marco institucional de la UE y la pujanza económica de Asia. Sin algún tipo de colaboración con Rusia -y de ahí su influencia-, Europa sería poco más que un apéndice peninsular del gran eje comercial y financiero que está emergiendo en el Pacífico y que nos retrotrae a los tiempos antiguos los mercaderes de seda y especias. El despertar de China supone la vuelta de Marco Polo y de las crónicas jesuitas de Matteo Ricci, del intercambio de bienes y de una extraña inculturación. No siempre la Historia se repite como farsa.

Tampoco Putin representa una farsa. Rige un mundo inmenso que mantiene con la libertad una relación diferente a la nuestra. Si en Europa prevalece la idea de la Ley -y de la legitimidad moral- como forja del orden justo, Putin arranca de una experiencia distinta del poder: más primaria y peligrosa. Ya en 1999 declaró que, «hablando de forma figurada, Chechenia está en todos los sitios». Es lo mismo que afirmar que la guerra, el desorden y el caos constituyen el suelo nutricio de la política, su instinto más básico. Subrayar la condición hobbesiana de la naturaleza social tiene sus consecuencias, como explica el politólogo Bruno Maçães en un ensayo imprescindible: The Dawn of Eurasia. «El sistema ruso -escribe el exministro portugués- se basa en los extremos; cuando las leyes ya no son capaces de imponerse, cae la cortina del orden y surge el poder desnudo». Es un lenguaje que se entiende en China, en Moscú, en la Turquía de Erdogan; pero que repugna al europeo, tras la ruina de las dos guerras mundiales.

Putin ha vuelto a ganar las elecciones en Rusia y se perpetúa en el Kremlin como el sempiterno hombre fuerte de Rusia. A su favor juega un relativo crecimiento económico -a pesar de que su PIB apenas alcanza el tamaño del de Italia- y, sobre todo, el retorno de la multipolaridad. Sin un claro paraguas protector -la Pax Americana, que marcó la segunda mitad del XX-, las tensiones políticas se acrecientan. ¿Qué papel desempeñan en la estabilidad de los países las actuaciones de poderes poco democráticos? No se trata de una pregunta baladí. El control por parte de las autoridades chinas de grandes reservas minerales y agrícolas en África, o de puertos de mercancías, plantean cuestiones fundamentales en lo que concierne a los ejes de decisión; al igual que el papel ruso en la proliferación de fake news, los flujos masivos de inmigrantes o el pirateo de los sistemas de seguridad occidentales. Un mundo menos democrático y con múltiples polos de poder conduce peligrosamente a la tentación del conflicto y al regreso de la política. Tanto el brexit como la victoria de Trump sugieren el retorno a una soberanía fuerte, ya se concrete en un dirigente (Trump, Putin, Erdogan o Xi Jinping) o en la renacionalización de las fronteras (caso británico). Incluso en la UE, Macron exige un mayor liderazgo a Angela Merkel. Sin límites marcados, la esencia del poder es animal. El liderazgo de Putin nos lo recuerda a diario.

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