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Jose Jaume

El demonio detrás de las sotanas

El obispo Munilla, titular de la diócesis de San Sebastián, ha definido lo que en la Iglesia católica ha sido y es moneda de uso corriente: la liberación de la mujer es obra de las malas artes del Maligno

No vale la pena perderse en glosar la fenomenal empanada mental del PP y sus mujeres: la ministra Monserrat, la de Igualdad, no quiere etiquetas, ni la de feminista ni la de antirracista; su colega Tejerina y la presidenta de la Comunidad de Madrid, hicieron huelga a la japonesa. Aclarado. Lo que sí ha dado gran solaz y largo entretenimiento han sido las, como siempre, inefables declaraciones de sus eminencias y sus ilustrísimas, cardenales, arzobispos y obispos de la Iglesia universal, la católica, apostólica y romana. El papa Francisco es incapaz de contener las desbarradas que la alta clerecía española propaga a la menor oportunidad.

Veamos: el clérigo que se presume más carcano al sumo pontífice, el cardenal arzobispo de Madrid monseñor Osoro, ha manifestado que hasta la Virgen María habría hecho ayer huelga. Osoro transmuta en feminista a la madre de Jesús, una judía sometida a un patriarcado brutal e intolerante. Una mujer que en los Evangelios asume un papel subsidiario, casi inexistente. La de problemas que ha originado el hecho de que el Resucitado decidiera no aparecerse a su progenitora. Al menos, los Sinópticos no dan cuenta de ello.

Dejemos a Osoro, que, en el fondo, llega cargado de buenas intenciones, lo que no deja de soliviantar a la nutrida carcancia nacional, la misma que abomina del feminismo radical y elitista, que también desconcierta e irrita al PP.

Vayamos al obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, una sotana troquelada por el Opus Dei, situada en la diócesis vasca en tiempos de Ratzinger, el papa alemán que tuvo la osadía de abdicar, a través de los buenos oficios del último gran preboste del nacional catolicismo español: el cardenal Antonio María Rouco Varela, anterior arzobispo de Madrid, despachado sin gloria a la jubilación.

Munilla ha dejado en pañales las soflamas machistas, homófobas, del obispo de Alcalá de Henares Juan Antonio Reig Pla, para quien la homosexualidad es una desviación tremebunda, un pecado nefando. El obispo Munilla se ha soltado con que el diablo, ¿Satán, Lucifer, Belcebú? ¿cuál de ellos?, utiliza la marea feminista para, convenientemente infiltrado, desnaturalizarla, convertirla en algo viscoso, pecaminoso; en pocas palabras: contrario al orden natural, el que el Todopoderoso ha querido para la Humanidad.

Y ese, exactamente ese, es, en esencia, el pensamiento de la Iglesia católica, porque la mujer en su seno es una paria, carente de los derechos que el hombre tiene conferidos. Una institución que impide la igualdad, que veda el acceso de las mujeres a los altos cargos eclesiásticos, que le impide ser sacerdotisa, obispa y papisa es una organización misógina. La Iglesia católica lo ha sido y lo sigue siendo. Lo será hasta que no elimine tan flagrante discriminación, hasta que no haga como otras iglesias cristianas, que han sido capaces de igualar a hombres y mujeres, de posibilitar a éstas alcanzar sus más altas jerarquías. La Iglesia católica, no; en ella el polaco Wojtyla, elevado a los altares con mayor celeridad que la que él manejó para hacer santo a otro misógino de siete suelas, José María Escrivá, cerró para siempre el acceso de las mujeres al sacerdocio. La misoginia quedó consagrada. Cómo, entonces, extrañarse de lo que dicen los Munilla o Cañizares, que pululan por tierras españolas.

Ha sido un jesuita mallorquín el que ha dejado dicho que los obispos patrios no tienen solución. Con ellos al mando nada puede esperarse, salvo admoniciones al uso.

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