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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Los idiomas salvan vidas

La manifestación para que el castellano sea el único idioma autorizado en la sanidad balear, y en el resto de la sociedad si fuera posible, desfila bajo el lema "Los idiomas no salvan vidas". Entonces, tampoco es necesario el castellano para reclutar personal sanitario público, o para nutrir actividades menos vitales. Todos los ciudadanos del planeta pueden aspirar a las plazas funcionariales de Mallorca, desalojando si es necesario a sus titulares. Sobre todo, la idea de que las lenguas no sirven para nada adquiere un significado adicional en el área de la salud. Se renuncia a la tradición humanística que iguala al trato con el tratamiento, en la prédica de médicos como Marañón o Laín Entralgo que sin duda son autores de cabecera de los creadores del lema. Y de Biel Company.

La negación de la palabra detallada en "Los idiomas no salvan vidas" supone un manifiesto a favor de una medicina sin médicos, que por cierto está más cerca de lo que parece. No cabe descartar que los facultativos a sustituir por "algoritmos y ecuaciones", véase el proyecto Resolviendo el Cáncer de Microsoft, acaben montando una manifestación en reclamación de su pervivencia tras la pancarta "Los idiomas salvan las vidas". Solo tendrán que retocar ligeramente la sábana actual, y contarán con el apoyo de miles de pacientes para quienes las palabras próximas de un profesional sanitario fueron un ingrediente esencial del proceso curativo o paliativo.

El cien por cien de mi trabajo ha consistido en abusar del idioma castellano, y esos millones de folios me autorizan a concluir que no es menos estúpido que el catalán o el inglés. La batalla real se libra entre quienes piensan que Mallorca forma parte de España y quienes consideran que es una propiedad española. "¿En Mallorca hay mallorquines?", me preguntaba sin animosidad la última persona llegada de fuera con la que he hablado. Alguno queda, pero están de más. Al borde de la extinción y de la exageración, me atrevería a decir que solo las palabras salvan vidas. Aunque claro, qué sabré yo.

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