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'Braghettones' contemporáneos

Si les pongo ante sus ojos el nombre de Daniele Ricardelli, muy posiblemente el citado no encienda ninguna chispa en su memoria, pero si escribo el "Braghettone", no pocos de ustedes recordarán con nostalgia alguna anterior visita a la vaticana Capilla Sixtina, y digo anterior porque no se debe perder nunca la esperanza de regresar a aquel lugar si se es un recalcitrante admirador de la obra del maestro Miguel Ángel; con la soltura propia de los romanos, seguramente el guía de turno les habrá recordado que la obra del ilustre toscano fue objeto de cubrimientos realizados por el tal llamado "Braghettone", sobre las partes pudendas de algunas figuras de aquellos frescos, lo que sucedió tras la muerte del de Caprese y por orden vaticana; lo cierto es que si bien el artífice del tapamiento material fue el citado Ricardelli, el promotor de aquello, el "Braghettone" en la sombra fue otro, pues tal como cuenta Giorgo Vasari en su obra Le Vite de' piú eccellenti pittori, scultori e architetettori, algún tiempo antes de aquellos añadidos un tal Maese Biaggio de Cesena, al observar los frescos, aún no finalizados, se atrevió a calificar el hecho de que aparecieran tantos desnudos como propios de un burdel; como merecido castigo al exabrupto, Buonarroti, colocó al infausto comentarista en un ángulo de la obra, exactamente en el infierno, desde donde todavía hoy nos contempla con sus orejas de asno y un reptil enroscado en su cuerpo; el ofendido Biagio, solicitó del pontífice que hiciera que se retirara su figura de tal situación humillante, a lo que aquel, no sin cierta sorna, le respondió que como representante de Dios en la Tierra, le era dado el poder de almas del Purgatorio pero no alcanzaba a extráelas del infierno.

Algunos no escarmientan en carne ajena, si se me permite la expresión; ahora resulta que lo políticamente correcto es retirar del muro del exhibidor, allá por Manchester, en concreto de su Art Gallery, la pintura de Hilas y las musas, de la que fue autor John William Watherhouse, al parecer acusada la tela de que en ella se cosifica el cuerpo, en su caso femenino. La temática de la obra es una recurrente vuelta al mitológico mundo griego en el cual Hillas es secuestrado por las náyades de la fuente Pegea; visto lo visto, se nos presenta y asoma el pavoroso porvenir de que sufran la misma suerte algunas otras pinturas sobre la misma temática, por causa del mismo pecado de "cosificamiento", nuevo calificativo que sustituye al emitido hace ya unos siglos por el de Cesena y es que algunas actitudes, aún cuando parezcan tener sus raíces en macetas distintas, siempre desarrollan las mismas espinas; y la lista de obras en peligro de extinción, en el caso de prosperar está nueva epidemia de "braghettonismo" agudo, no es precisamente corta; así a vuela pluma, me vienen a la mente, a modo de muestrario y con temática casi igual Las náyades de Joachino Paglieli; Apolo y las musas de Martín van Heemskerk; la serie de las "nueve musas" de Jean March Nattier, o Atenea junto a las musas de Frans Floris; por no hacer alusión a la casi ilimitada pléyade artistas, no solo renacentistas, cuyas obras fueron dedicadas, permítaseme la ironía, a la cosificación del cuerpo tanto masculino como femenino, con resultados que a todos sigue admirando, sin que nos sintamos especialmente tocados por el vicio.

Casi es lógica la resultante consecuencia de lo anterior consistente en dejar ahora sin empleo a las azafatas de las pruebas de Fórmula 1, otra inconsistencia que sería coherente si estuviéramos en una sociedad, pongamos por caso, como la saudita (es curioso cómo se parecen en ocasiones los moralistas de lo correcto con las dictaduras de lo religiosas); y falta de coherencia es que se cuestione lo aceptable o no, de que una chica de buen ver aparezca, sin más, sujetando una sombrilla sobre una parrilla de cualquier circuito o junto al ganador de cualquier prueba deportiva, cuando esto se exige desde miembros de en una sociedad cuyas televisiones y redes sociales navegan preñadas de mal gusto, carnaza y ordinariez.

No puedo considerarme religioso en demasía, si de ello debe desprenderse un acatamiento ciego a una determinada forma de ver nuestra existencia, pero de cuando en cuando conviene acudir la forma de actuar que aconsejan algunos que marcaron una senda, una forma de comportamiento, para darnos cuenta que igual se yerra en el aprecio en cuanto a algo o a alguien, y que se yerra doblemente cuando lanzamos nuestra opinión contra ése algo, o ése alguien; les suena aquello de que si tu ojo derecho te escandaliza, arráncalo y lánzalo lejos de ti, que el evangelista Mateo, narra con mucha más maestría en su evangelio, eso sí, sin explicar porqué es el ojo derecho el escandalizado pero no él izquierdo; ¿no será pues que el escándalo está en mayor medida en el ojo que mira que en el objeto observado?

Que lástima que ahora las nuevas tecnologías, y es que las ciencias avanzan que es una barbaridad que diría don Hilarión, no permitan retratar a estos Maeses Biaggios de nuestros tiempos, que ven pecaminosas actitudes o veleidades machistas en obras de arte, en algún lugar donde la posteridad pueda mostrar su estrechez de miras, como nos lego el sentido del humor de Buonarroti. Decía Johann Nestroy, actor y dramaturgo vienes del siglo XIX, que la censura es la menor de dos hermanas despreciables, la otra se llama inquisición. Ya saben pues los que censuran con suma alegría y desparpajo lo cerca que andan de la otra hermana.

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