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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

PP-Ciudadanos: Solo puede quedar uno

La brega en la que están enfrascados PP y Ciudadanos todavía no ha invadido órganos vitales de ambos partidos, pero las hostilidades auguran un desenlace traumático

Solo puede quedar uno, al igual que en la lucha sin cuartel de Los inmortales, que tiene como exclusivo mérito haber elevado a los altares la lapidaria sentencia. Solo puede quedar uno en la trifulca que se ha desatado entre PP y Ciudadanos por hacerse con la primogenitura de la derecha y consecuentemente aposentarse en el Gobierno de España ante la abdicación pública de la izquierda: el PSOE de Pedro Sánchez haciendo lo contrario de lo que le posibilitó ganar las primarias y Podemos hundido por el electoralmente letal liderazgo de Pablo Iglesias. Es en la derecha donde se dilucida la próxima gobernanza de España, con el péndulo basculando hacia posiciones rígidas, de las denominadas de derecha desacomplejada, todo lo dura que sea menester. Lo de la prisión permanente revisable, para entendernos: cadena perpetua, ha posibilitado escenificar los nunca abandonados tics autoritarios de la derecha española, siempre prestos a emerger cuando la ocasión es propicia. A rebufo del estropicio catalán, perpetrado por los partidos independentistas, torpes hasta lo inverosímil en sus alocadas estrategias, la derecha vuelve por donde solía: ventea su visión de España, la de siempre, la eterna, la que fue arrinconada al formatearse con muy poco tino el llamado Estado de las Autonomías, un sucedáneo de federalismo sin las bridas y elementos correctores de los que disponen los estados federales dignos de tal nombre: Estados Unidos y Alemania, entre otros.

Ahora la derecha da por hecho que ha llegado el momento anhelado, el de corregir excesos y apretar tuercas. Lo vemos a diario: la Fiscalía constriñe la libertad de expresión secundada por jueces aquejados de variadas alergias a la misma, que, además, no se paran en barras en hacer uso y abuso de la prisión preventiva, que es lo que sucede con los políticos independentistas, que purgan por anticipado la larga condena que se les augura.

La pugna entre PP y Ciudadanos se ha abstenido hasta hoy de dañar órganos vitales de ambos partidos: los de Rivera cuidan de no dejar a los pies de los caballos al Gobierno en el Congreso de los Diputados en asuntos sensibles; de ahí que avalen los vetos encadenados del Ejecutivo de M. Rajoy a las propuestas de la oposición para evitar que se tramiten, utilizando espúreamente la facultad constitucional que le posibilita frenar las que supongan un incremento de gasto presupuestario. Pero la suya es una pelea que acabará por serlo a muerte, porque lo que se dilucida es quién de ellos es el partido hegemónico de la derecha española, el que ha de protagonizar el futuro. Sucedió al iniciarse la década de los 80 del pasado siglo, cuando Alianza Popular, el partido del ministro franquista Manuel Fraga, germen del actual PP, no tuvo remilgos en contribuir al hundimiento de UCD, que, mal que bien, encarnaba una derecha infinitamente más presentable y moderna que la arisca del político gallego, tan gallego como Rajoy Brey, que por aquel entonces ya casi estaba allí.

Los sociólogos y politólogos al uso todavía conceden al PP posibilidades de acotar la emergencia de Ciudadanos, de impedir la catástrofe; también advierten que los dioses de la política se han conjurado para aupar al joven Rivera, al que tratan de presentar como el Macron español conociendo que las diferencias entre ambos son siderales: el presidente de la República francesa es un estadista, político provisto de notable bagaje intelectual. Rivera carece de tales atributos. Es un oportunista que, por tanto, está en condiciones de enviar al trastero al lamentable M. Rajoy.

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