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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La mancha hotelera

La noticia, el pasado martes, de la detención de Luis Riu en Miami, acusado de corrupción, fue primera plana de los periódicos locales y estatales y de los noticiarios de todas las emisoras de televisión. No se hablaba de otra cosa en Palma. Las imágenes de la comparecencia del empresario ante la corte judicial de Miami, esposado, ante la Fiscalía ocasionaron auténtica conmoción en toda la ciudad. El miércoles, los principales rotativos, también los locales, se hacían eco de la noticia y transcribían algunos de los mensajes de correo electrónico enviados por Luis Riu en posesión de la Fiscalía, de contenido inflamable, como uno en el que decía: "Tendríamos que haber seguido sobornando a Miranda y su tropa. Hubiéramos tenido que pagar. En el fondo son caribeños y como tales, quieren lo que todos quieren. Dinero fácil o sufrimiento. Y nos están dando de lo último". También se extendían sobre los datos de la cadena hotelera. Un 51% propiedad de Carmen y Luis Riu, un 49% de TUI; los hermanos ocupan el número 48 del Top 100 de los más ricos de España, con una fortuna valorada en 1.000 millones de euros; con 95 hoteles repartidos en 19 países, la cadena número 29 del mundo, con 27.000 empleados y 4,4 millones de clientes anuales; la segunda compañía hotelera española en ingresos: 2.011 millones de euros. Han comprado recientemente por 272 millones el edificio España en Madrid, un paso más en su reciente apuesta por el turismo urbano tras su exitosa experiencia en el de sol y playa.

El presunto soborno a los responsables de la gerencia de urbanismo de Miami tenía como objetivo acelerar las obras del Riu Plaza Miami Beach. Los cargos son de "compensación ilegal", delito mayor de segundo grado y de "conspiración" para cometer una compensación ilegal, delito mayor de tercer grado. Las penas pueden llegar a alcanzar los quince años y las multas triplicar el importe del bien ofrecido. Ponen en juego la expansión de la cadena en EE UU ya que los cargos por soborno son considerados un delito federal. Riu queda en libertad bajo fianza y la cadena hotelera ha emitido un comunicado en el que asegura que se demostrará su inocencia.

La saga empresarial comenzó con los abuelos, Joan Riu Masmitjà y Maria Bertrán Espigulé, en 1953, con la compra del hotel San Francisco, en la playa de Palma; un hotel mítico, una referencia geográfica ineludible en las caminatas estivales de nuestra infancia desde El Arenal de Llucmajor. Su fachada en arco de circunferencia, de altura moderada, coronada por los mástiles de las banderas de diferentes países le confería un perfil geométrico y cromático sin parangón en la playa, donde las dunas, cuya arena invadía la estrecha carretera, eran aún protagonistas del paisaje y las azucenas salvajes perfumaban las noches de verano. Años más tarde conocí a Luis Riu padre, con motivo de otra iniciativa empresarial. Su perfil era el de gente discreta, que transmitió a sus hijos, que rotaron por todos los niveles de la empresa. Un perfil familiar con un importante matiz calvinista de seriedad, austeridad y trabajo. Todavía no habían alcanzado las cotas de poderío económico del que hoy disfrutan. Hasta ahora habían mantenido una presencia pública circunspecta si la comparamos con otras cadenas mallorquinas que sí han hecho gala de su poder económico, social y hasta político. La acusación en EE UU puede ser una inflexión en la imagen de unas multinacionales mallorquinas que, siguiendo los pasos de la historia, están configurando un auténtico imperio turístico en la globalización. En todo caso, un duro golpe.

Lo ocurrido resitúa a los actores en el escenario empresarial mallorquín. Si Gore Vidal situaba en EE UU a la clase política de la costa este como los patricios de la república en La edad de oro, su trasunto empresarial en Mallorca serían los hoteleros, la clase social que sustituiría a botifarres e industriales en el poder económico, los que adornan las paredes de sus mansiones con pintura moderna que no acaban de entender pero que vale millones. Es obvio que la gallinácea política mallorquina, con largo historial de sobornos, no ha constituido nunca ni un sucedáneo de la corte de Camelot. La clase empresarial hotelera era la poseedora del Grial del progreso que transformaba Mallorca, convirtiéndola en tierra de promisión. Se presentan como la luz del día a la que agradecer la dulzura del vivir. Uno de sus empleados más aduladores, el churrigueresco Aurelio Vázquez, pregonaba con la prepotencia de los validos en 2013 que "jamás tantos debieron tanto a tan pocos". Pero el desarrollo turístico confería también la contrapartida, el lado oscuro, los empresarios de la noche, los discotequeros, con los que litigaban los hoteleros por incorporar a sus negocios hasta los últimos euros de los bolsillos de los turistas. El principal representante de las tinieblas, el Darth Vader del imperio oscuro era Tolo Cursach, auxiliado por su cohorte de pingüinos, como otro Tolo, Sbert. La cuestión es cómo encajan los supuestos sobornos de Cursach a funcionarios municipales, además de otros delitos de los que se le acusa, con los supuestos sobornos de los que la Fiscalía de Miami acusa a Luis Riu. No es lo mismo verse obligado a pagar coimas a funcionarios corruptos en países con dictadorzuelos también corruptos, que hacerlo en la capital caribeña de la república romana contemporánea para sortear la inspección de irregularidades. Tiene como consecuencia que Cursach deje de ser el único cabeza de turco con el que limpiamos nuestras miserias. El mal lo permea todo, día y noche.

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