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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Las bolsas caen

Las bolsas caen y con la volatilidad aparecen las oportunidades. La inversión en activos cotizados constituye la fórmula más sencilla de capturar el crecimiento global de la economía

Mientras en España el ahorro habitualmente se ha canalizado hacia los depósitos y la vivienda, en el resto de Europa el sesgo favorece la inversión en bolsa. Hay varios motivos que lo explican: en primer lugar, el mundo desarrollado tiende de un modo gradual hacia inflaciones más controladas, lo cual conlleva a su vez tipos de interés a la baja. Por decirlo de forma suave, la liquidez no renta más allá del colchón de seguridad que aporta, por tanto el ahorro en imposiciones de plazo fijo ha perdido gran parte de su atractivo. En segundo lugar, la vivienda ha protegido de la inflación al inversor en un grado razonable y constituye un seguro contra la pobreza, especialmente efectivo durante la vejez. Pero también cuenta con sus inconvenientes y son importantes: se trata de un mercado no especialmente líquido -sobre todo en periodos contractivos y fuera de las zonas Premium-, que exige un elevado endeudamiento para su adquisición y cuyo mantenimiento resulta costoso, tanto por las reparaciones como por las cargas e impuestos asociados a la propiedad de un inmueble. Las ventajas de la bolsa, en cambio, serían casi las contrarias: su liquidez es máxima y sus costes asociados no especialmente onerosos. Pero sin duda, las acciones resultan preferibles como vehículo de ahorro porque permiten al inversor participar del crecimiento mundial de la economía y protegerse a largo plazo de los efectos perniciosos de la inflación.

Que en España todavía se considere la bolsa más un juego que una inversión denota una cierta ingenuidad financiera. Como casi todo en la vida, a corto plazo -dos, tres años-, las cotizaciones bursátiles actúan al dictado de las emociones y de una forma irracional. A medio plazo -en torno a los cinco años-, la bolsa es sólo medianamente lógica y, a partir de periodos extensos -de aproximadamente una década-, es cuando la cotización de las empresas se ajusta a su valor fundamental y al crecimiento natural de la economía. La volatilidad diaria se confunde con el juego (y también con el riesgo). Al ser un mercado tan líquido, las burbujas y las quiebras se suceden sin que nadie sepa predecir lo que va a suceder al día siguiente. Pero, precisamente durante las semanas y meses de volatilidad extrema, las rebajas en los precios crean ventanas de oportunidad que permiten maximizar los beneficios en el futuro. Warren Buffett lo explicaba de un modo muy sencillo: "Hay que tener miedo cuando la gente es codiciosa y hay que ser codicioso cuando la gente tiene miedo". La idea de fondo consiste en reconocer que, si la economía crece -y muy pocas veces deja de hacerlo a nivel mundial-, resulta muy difícil pensar que el incremento de los beneficios en las empresas no termine por impulsar el valor liquidativo de las acciones.

Por eso mismo, que mejore en nuestro país la cultura financiera y un mayor número de ciudadanos invierta en acciones, en fondos y en planes de pensiones debe interpretarse como un hecho positivo. Como mínimo, se diversificará la cesta del ahorro y nos iremos acercando más a las prácticas habituales de nuestros vecinos. Aunque, al mismo tiempo, una mayor sofisticación en las inversiones exige conocer más a fondo las dinámicas habituales de las bolsas y recordar que los principales enemigos del inversor son, como suele recordar el gestor Josep Prats, "la ignorancia y la impaciencia". La primera depende en lo fundamental de la calidad del análisis que realizan los profesionales de la gestión; la segunda se deriva básicamente de la visión a largo plazo de los ahorradores.

Nadie sabe cómo van a evolucionar las fuertes caídas bursátiles que hemos sufrido estos días. El índice de referencia tanto puede subir un veinte por ciento como caer el mismo porcentaje en los próximos meses. Pero lo único cierto es que -salvo catástrofe- en diez, quince o veinte años el mundo será un lugar más próspero que ahora, con más consumidores a nivel global. Y, lógicamente, los activos bursátiles reflejarán en su precio que se venden muchos más coches, que el turismo sigue siendo tendencia, que la alimentación mejora, que las infraestructuras se expanden, que las materias primas resultan necesarias o que, a partir de cierto nivel patrimonial, una mayoría de ciudadanos opta por asegurarse. La prosperidad general es el mejor amigo de la inversión.

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