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Mujeres en danza

Primero fueron Las muchas, un grupo de mujeres nacidas en Maria de la Salut. Años después, el grupo se ha incrementado, así como las nacionalidades que componen esta compañía de danza. El mérito de estas mujeres, cuyas edades oscilan entre los 61 y los 75 años, estriba no sólo en que no provienen del ámbito profesional de la danza, sino que no tratan de disimular sus arrugas y sus más que probables achaques. No hay trampa ni cartón. A lo sumo, días de ensayo y preparación física. Dice bien su directora, Mariantònia Oliver cuando subraya el carácter artístico del proyecto, separándolo de la vertiente terapéutica o social. Si algo hay de esto último, sin duda, se da por añadidura. Su propuesta es estética. Una manera de mostrar al mundo las capacidades artísticas de unas mujeres, digamos, entradas en años. Sin duda, hay un momento en la carrera de cada artista en el que trata de cuestionar el camino recorrido y, más que cuestionar, darle un giro. Ya sabemos que el cineasta Robert Bresson detestaba el exceso de profesionalismo de ciertos actores, muchos de los cuales estaban afectados por un manierismo y por una impostación que enervaba al director de cine. Por ello, prescindía de los actores profesionales y contrataba personas ajenas a la farándula. Llega un momento en que uno vuelve un poco al origen, cuando el cuerpo todavía no está excesivamente formado por la técnica ni por los sellos que impone la academia. Un cuerpo liberado de las formas que lo ciñen, No se trata de esconder los síntomas de la vejez, sino de mostrar sus aún vigentes capacidades. Mona Belizán, profesora y coreógrafa, lo expresa con una humildad nada impostada cuando confiesa que antes fue maestra de Mariantònia Oliver y que ahora está aprendiendo de la alumna.

Son 17 mujeres que muestran sus cuerpos tal y como son. Y aquí radica su dignidad. La coreógrafa, Mariantònia Oliver, nos narra el origen de Las muchas. Para ello se retrotrae a los años 50, cuando las mujeres carecían de entidad propia e individual y eran tratadas como un grupo, como un colectivo. Mujeres que se reunían para bordar, para cotillear, para caminar o para ir de excursión. Al juntarse para realizar cualquier actividad, sin querer formaban un colectivo. Eso sí, un colectivo para nada oficial. Imaginemos aquellos años en un pueblo del interior de Mallorca, pero también podemos experimentarlo hoy: el público, tanto en el teatro, como en el cine, como en el yoga o el tai-chi, como en cualquier taller de literatura está conformado en su inmensa mayoría por mujeres de todas las edades. Son activas y participativas. Y, por supuesto, entusiastas. Pero volvamos a aquellos tiempos, a lo que nos cuenta la coreógrafa marianda. Su padre llamaba "Las muchas" a las amigas de su madre. Imaginemos el barullo femenino. Por cierto, les debo un artículo a las caminadoras, ese grupo de mujeres mayores que se juntan para caminar a un ritmo, soy testigo, bastante exigente. Caminan y hablan, y al hablar no pierden el resuello. Cosa admirable.

De alguna manera, lo que ha hecho Mariantònia Oliver es todo un acto de amor, un homenaje sencillo y conmovedor a aquellas mujeres que ahora, muchas de ellas, son abuelas. Abuelas activas que no se arredran a la hora de ensayar y de poner a prueba sus cuerpos y, por descontado, de subirse a un escenario. No hay virtuosismo, ni falta que hace. Hay honestidad, sencillez, entrega. Verdad y amor. Y, sí, también justicia. Las muchas convertidas en muchísimas. Ampliando no sólo su número, sino también sus lugares de origen. Pienso en esas mujeres que toman la fresca sentadas en los balancines de cualquier pueblo de La Mancha. Pienso también en el padre de la coreógrafa, y me sonrío.

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