El sindicato UGT se he puesto meritoriamente a la cabeza de la lucha contra la pobreza laboral, es decir, contras las situaciones en que los trabajadores a tiempo completo perciben salarios inferiores a los 1.000 euros al mes. Según el sindicato, con la crisis, el porcentaje de trabajadores que no llegan a mileuristas ha aumentado siete puntos, pasando de suponer en 2007 el 39,9% del total de asalariados al 47% en 2015. Esta situación contrasta con la de los directivos de las empresas, que han seguido aumentando su remuneración inmunes a la recesión económica, y cuyo número ha crecido además en unas 11.000 personas en los últimos años hasta superar los 136.000.
Es sabido que hace escasas semanas se ha logrado un acuerdo social entre empresarios y trabajadores con el que se otorga un fuerte impulso al salario mínimo interprofesional, que se eleva un 4% este año, un 5% en 2019 y un 10% en 2020 hasta los 850 euros. Sin embargo, resulta insostenible que la salida de la crisis no suponga una mejora sustancial y rápida para los trabajadores de la parte inferior de la escala que incluso a jornada completa no consiguen salir de riesgo de exclusión. Ya se sabe que el SMI sirve para indexar diversas magnitudes económicas, pero nada costaría eliminar esta indexación y elevar los salarios más bajos hasta este límite psicológico a partir del cual habita la miseria.
Deberíamos en fin fijar de una vez los márgenes sostenibles de la desigualdad, que no es lacerante si en el extremo inferior de la escala desaparecen el hambre física y la indigencia.
